Resumen: En este artículo se realizará una crítica de la economía política del neoliberalismo a través de tres ejes: (I) la hegemonía discursiva, (II) la mistificación de las relaciones de producción y (III) el modelo de desarrollo. De esta manera se espera desarrollar una crítica al modelo neoliberal que, tras su implementación como receta a la crisis de los 70s, ha radicalizado la crisis, tanto en su dimensión económica y financiera, como política, social y ecológica. Por último (IV) se harán unas consideraciones finales en torno al horizonte reconstruido.
Palabras clave: neoliberalismo, hegemonía discursiva, relaciones de producción, progreso, ideológico.
Jorge Iván Giraldo Ramírez
Estudiante de Filosofía, último
semestre.
Universidad de Antioquia
Critics to the neoliberal political economy.
Bases of the conremporary model of development
Recibido: octubre 2012 Evaluado: diciembre 2012 Aceptado: Enero 2013
Abstract: In this article I will formulate a critique of the political economy of
neoliberalism through three core ideas: (I) the discursive hegemony, (II) the
production relations mystification and (III) the development model. By this
way, I intend to develop a critique of the neoliberal model, the one that after
its implementation as recipe of the 70s crisis has radicalized it in its
economic and financial but also political, social and ecological dimensions.
Finally (IV) some final considerations will be made on the reconstructed
horizon.
Keywords: neoliberalism, discursive hegemony, production relationships, progress,
ideology.
Introducción. [1]
La
reconstrucción neoliberal de la economía política contemporánea ha reavivado el
supuesto de que la acumulación capitalista en una economía de mercado generará un
crecimiento económico y, finalmente, un mejoramiento de las condiciones
materiales y sociales en que se desenvuelve la vida humana. Sin embargo, tras
casi tres décadas de globalización neoliberal, el ideal de un capitalismo
desregulado como modelo de progreso económico y social se ha mostrado
ideológico. La idea del mercado autorregulado no significa otra cosa que una
economía regulada por un Estado fuerte, por dos razones básicas: por un lado,
para establecer una jerarquía entre las condiciones de acumulación capitalista
sobre la satisfacción de las necesidades humanas; y por el otro, para lograr
reprimir las luchas provocadas por el malestar social que genera. Y lo que es
más importante, la efectiva orientación mercantil de la economía y la extensión
de la racionalidad económica a la política, la cultura y, en suma, al mundo de
la vida, no ha logrado conducir a la humanidad al utópico mundo pacificado
prometido por el mercado.
El progreso
técnico ha sido debilitado por el paradigma financiero actual, que conduce a
una contracción de la base industrial de la economía. El crecimiento económico
se ha ralentizado notoriamente, cuando no ha entrado en una fase directa de decrecimiento.
Por su parte, el desmantelamiento de los sistemas de protección social y la
desregulación del mercado de trabajo, han conducido a una precarización de las
condiciones laborales y materiales en muchos países del mundo. Incluso el
desempleo ha aumentado en los países del llamado Primer Mundo:
Las
estadísticas económicas hablan por sí solas: en los países del G-7 (los más
ricos del planeta) entre 1979 y 1994, el número de desempleados pasó de 13 a 24
millones. Estas cifras no toman en cuenta a los 4 millones que ya dejaron de
buscar trabajo y deja de lado a los 15 millones de condenados a aceptar empleo
de medio tiempo (Forrester, citada en Ramos, 2002:131).
De igual
manera, la orientación a la exportación de los países del Tercer Mundo
(especialmente para la extracción de hidrocarburos), el vertiginoso ritmo de
explotación y la exaltación de la cultura de consumo agravan a cada paso las
condiciones naturales sin las cuales sería concebible una vida digna.
Finalmente, el debilitamiento de la mediación política y democrática de los
conflictos sociales, socava las posibilidades de superación de la crisis
sistémica del capitalismo contemporáneo. De allí la necesidad de una crítica de
la economía política del neoliberalismo.
En este
sentido, se analizará (I) la hegemonía discursiva neoliberal, mostrando cómo la
construcción de dicho mundo simbólico tiene la función de cerrar tanto el universo
discursivo como el universo político. En segundo lugar, (II) la reproducción
simbólica comporta una mistificación de las relaciones de producción. La
legitimación del orden existente así posibilitada se basa en una falsa
universalización del interés de los propietarios, lo que legitima, a su vez, la
organización capitalista de la economía. En tercer lugar, (III) se analizará
brevemente el modelo de desarrollo neoliberal que pone a la base del
crecimiento económico el establecimiento de condiciones favorables a una
acumulación, ahora flexible. Por último (IV) se realizarán unas consideraciones
finales.
I. La hegemonía discursiva neoliberal
La dimensión
simbólica a través de la cual se propaga la ideología del neoliberalismo y
simultáneamente se desacreditan las alternativas posibles es una de las fuentes
de su éxito. Desde su impacto en la política doméstica e internacional, hasta
la reproducción individual del mismo universo discursivo, el lenguaje
neoliberal constituye un vehículo no sólo de extensión simbólica, a través de diferentes contextos sociales.
También lleva a cabo un ‘cierre del
universo del discurso’, en la medida en que deslegitima las alternativas
explicativas y propositivas de superación de los conflictos sociales,
prescribiendo uniformemente las mismas políticas económicas a contextos sociales
completamente diferentes (Peet, 2004:26). En consecuencia, el efecto de
extensión geográfica, aunado con el del cierre simbólico de explicación y
tratamiento de los fenómenos sociales, produce paralelamente un ‘cierre del universo político’. La inevitabilidad con que se muestra la
variante neoliberal del capitalismo contemporáneo termina por objetivar la praxis histórica. Es decir,
que la determinación de las estructuras y procesos sociales pareciera hacerse
independiente de los sujetos, ‘como si el mercado se regulara a sí mismo’, por
cierta causalidad histórica independiente. Los sujetos son, así, alienados de la praxis social, una vez
que los principios que rigen a ésta escapan a su determinación, lo cual
contribuye a la resignación ante el mundo dado.
Me ocuparé aquí, brevemente, de señalar dos elementos indispensables, a mi modo
de ver, para comprender la dimensión simbólica del neoliberalismo. En primer lugar, se encuentra la naturaleza
abstracta y la apariencia de cientificidad del discurso neoliberal (a). El otro
elemento de análisis corresponde a la hegemonía discursiva propiamente dicha
(b).
(a) El carácter abstracto del discurso neoliberal obedece a la sistemática
producción de conocimiento en materia de teoría económica, aunque también en menor
grado, pero no menos importante, de teoría política, teoría del derecho, del
Estado, entre otros (Plehwe & Walpen, 2006:38). Es así como de
construcciones lógicas y altamente matematizadas son derivadas políticas
económicas para contextos de implementación completamente diferentes. Ya para
los 80s, la economía neoliberal dominaba el discurso del desarrollo en las
instituciones de regulación internacional (Peet, 2003:25), lo cual significaba
también como afirma Chang (2004:41) que, debido al predominio de la escuela
neoclásica, la discusión en torno a las políticas de desarrollo económico era
pronunciadamente ahistórica. Con gran notoriedad, los análisis de orientación
histórica acerca de la implementación de las políticas neoliberales muestran el
profundo desconocimiento que tienen éstas de su contexto de implementación
(Chang, 2004; Deranyiagala, 2005; Stiglitz, 2002). Sin embargo, la fuerza de la ‘cientificidad’ que subyace como fuente de legitimación al discurso neoliberal de desarrollo radica,
no tanto en la elaboración de una teoría con consistencia lógica y resultados
cuantificables, sino más bien en la
imparcialidad (y objetividad) que
parecería deducirse de un discurso científico. En palabras de Duggan,
El truco más exitoso del (pre)dominio neoliberal,
tanto en asuntos domésticos como globales, es la definición de la política
económica ante todo como un asunto de pericia neutral, técnica. Esta pericia
es, por lo tanto, presentada como separada de la política y de la cultura, y no
propiamente sujeta a responsabilidades políticas específicas o a la crítica
cultural (Duggan, 2003: xiv)[2]
Las decisiones
en materia de política económica como decisiones
técnicas contrarrestarían la arbitrariedad de la intervención política de
la economía. No obstante, las
implicaciones de una aparente escisión
entre dichas esferas sociales son de vasto alcance:
La oposición
a la desigualdad material es difamada como ‘guerra de clase’, mientras que las
desigualdades de raza, género o sexualidad, son descartadas como meramente culturales, privadas o triviales
(Duggan, 2003: xiv).
La neutralidad
del tecnocratismo, al que se da paso al eliminar la mediación política de los procesos sociales, debilita la mediación democrática de los conflictos
y reivindicaciones sociales (Hinkelammert, 2001; Beck, 2004). Esto se hace
patente, como hace notar Martín (1998:440), en el poder de regulación otorgado
a los bancos centrales y a las instituciones reguladoras internacionales, como
el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM):
si la
responsabilidad en materia de política monetaria se deja al margen de la
responsabilidad política y de las exigencias políticas, lo que se está haciendo
es dejar toda la política económica al margen de las decisiones políticas y de
las decisiones democráticas.
El discurso
cientificista y economicista del neoliberalismo reproduce la clásica escisión
del liberalismo entre política y economía, entre lo privado y lo público,
socavando las posibilidades del ejercicio democrático. De esta manera, los
problemas económicos que podrían ser imputados a la organización social son escindidos de los asuntos públicos,
dejando impune a la estructura social, mientras que se individualiza la responsabilidad. La dimensión económica pretende
ser separada de la cultural y la política, imposibilitando así la crítica a la
organización social de la economía, en tanto que las desigualdades existentes
se reducen a una cuestión ‘meramente cultural’ (Duggan, 2003; Fraser, 1997).
Así, el orden establecido de miseria, desigualdad y exclusión deja de
representar un desafío a la legitimidad del sistema, pues la organización social de
la economía del mercado, neutral y técnica, obedece meramente a las exigencias
de eficiencia. En consecuencia, la
reducción economicista de la economía es operada a través de una ‘reificación’
de las esferas sociales, “como si ellas pudieran existir independientemente de
la totalidad a la que pertenecen y que les da sentido” (Borón, 2003:55).
(b) Una comprensión, a mi parecer, adecuada de la hegemonía del
neoliberalismo es aquella que actualiza los análisis de Gramsci. (Peet, 2004;
Harvey, 2007). Dos puntos son importantes de señalar aquí. En primer lugar, el
análisis discursivo deja de limitarse a los discursos de los oficiales públicos
y se traslada a la esfera más amplia de la sociedad civil. Son las
instituciones en ella presentes las principales movilizadoras de la hegemonía
ideológica. En este sentido, el influjo del universo simbólico neoliberal
trasciende las prácticas gubernamentales y se extiende hasta la cultura, las
categorías conceptuales y los modos de relación práctica de los individuos.
Según esta formulación, sostiene Peet (2004:28), “la hegemonía es una
concepción de la realidad difundida por instituciones civiles que promueve
valores, costumbre e ideales espirituales e induce en todos los estratos de la
sociedad una aceptación ‘espontánea’ del statu quo”. En segundo lugar, la
aceptación de la ideología neoliberal es garantizada, en gran medida, debido a
que el influjo simbólico hace que el significado de ciertas ideas sea representado
como ‘sentido común’ (Peet, 2004:29;
Harvey, 2007). En el neoliberalismo el sentido de la libertad es asociado
inmediatamente a libertad individual, la responsabilidad se reduce a la
responsabilidad individual, el énfasis en ‘la libertad de elegir’ está ligado
directamente al consumo y al individualismo, la igualdad no es más que la
igualdad de oportunidades del mercado, y la justicia social (o distributiva) se
reduce a la recompensa del esfuerzo en el mercado[3].
Sin embargo,
el ‘secreto oscuro del alma humana’ que garantiza la conformidad del sentido (o
la formación del sentido común) no es tanto un sujeto trascendental, cuanto la mediación social del individuo
(Horkheimer, 1965). De esta manera puede ser mejor comprendida la hegemonía
discursiva del neoliberalismo. La racionalidad mercantil y la cultura del
consumo son internalizadas por los individuos como tipo de conducta y modelo comprensión y solución
de los conflictos sociales. La
exaltación de libertad individual es disociada de la idea de justicia social
(Harvey, 2007:50), entendida ésta como una exigencia de igualdad material más allá de la igualdad formal del derecho; exigencia tan cara a
los movimientos sociales del siglo XX y que estaba destinada a una crítica y
transformación de la estructura social.
Los fenómenos
sociales, pero también las ideas fundamentales, como libertad, igualdad y
justica, son concebidas bajo un único sentido, cercenando el potencial crítico
de estas ideas, en tanto pretendían transcender
el mundo dado. La indicación de
un deber-ser, de un aún-no es, relativizaría las expresiones
de justicia, igualdad, libertad y dignidad. Impediría que se considerasen
cumplidas en el inhumano mundo social existente y constituirían puntos de
referencia crítica al mismo. Como bien apunta Honneth (2011:66), la política de
la individualización de la responsabilidad tiene una tarea de “control de la conciencia social de
injusticia”, en tanto que “aísla las experiencias de condiciones sociales
de vida y, de esta manera, dificulta la identificación comunicativa de la
injusticia social”. Esto es, que la individualización de la responsabilidad
conlleva a desligar las causas de la injusticia de las condiciones sociales,
personalizándolas moral, psicológica
o hasta biológicamente[4].
Es así como la
conciencia de injusticia es funcionalizada
en la misma sociedad civil, impidiendo la articulación colectiva de la
conciencia social, y neutralizando,
por tanto, la crítica a la organización social (Honneth, 2011:66). Es de esta
manera como el cierre del universo discursivo se corresponde con el cierre del universo político:
la política
es producida socialmente por una comunidad de expertos que acuerdan llamar
‘racional’ a cierto tipo de pensamiento y discurso más por convención o
convicción política que por un respaldo factual. (…) Dentro este estrecho
sistema de pensamiento, el análisis formal utiliza un código intelectual que
especifica categorías y condiciones aprobadas. La simple utilización de estas
condiciones restringe lo que se puede pensar, decir e imaginar (…) La parte crucial
de esta limitación de pensamiento y la expresión es la producción institucional
de lo que podríamos llamar ‘factibilidad’, término con el que designamos el
sentido social del contenido y los límites de lo pragmático (Peet, 2004:30).
A través del
discurso neoliberal se efectúa, paralelo a
una naturalización de un único
sentido de los principales conceptos que determinan tanto la organización
social como la autocomprensión individual,
una delimitación de las posibilidades de la praxis y la organización social
misma.
II. La mistificación de las relaciones de
producción
La idea de beneficio ‘mistifica’ las relaciones
reales de producción, al suponer que el excedente del valor de la mercancía
intercambiada es producto del capital mismo,
en lugar del trabajo vivo o humano.
Dicha mistificación de las relaciones reales tiene como presupuesto otra
mistificación, sostiene Heinrich, “a saber, el salario como pago del trabajo:
sólo porque el salario aparece no como pago del valor de la fuerza de trabajo,
sino como pago del valor del trabajo, puede aparecer el plusvalor como
beneficio, esto es, como fruto del capital” (Heinrich, 2008 :149). Hablar de
beneficio en la relación coste-venta, en lugar de plusvalía, en la relación
capital-trabajo, no sólo oculta el verdadero origen del beneficio en el mercado, a saber, el trabajo humano, y que
por tanto es retribuido insatisfactoriamente. También oculta el verdadero interés que guía a la producción
capitalista y que en palabras de Marx constituye su límite:
El verdadero
límite del modo de producción capitalista es el propio capital, es el
hecho de que el capital y su autovalorización aparecen como el punto inicial y
el punto final de la producción, como su motivo y su fin; que la producción es
sólo producción para el capital y no,
a la inversa, que los medios de producción sean meros medios para un desarrollo
cada vez mayor del proceso de vida en favor de la sociedad de los productores (citado en Heinrich, 2008:179, las
cursivas del original).
Esto permite
hacer clara la orientación que cumple
el aparato productivo en el proceso de acumulación
de privada, a saber, la acumulación misma. Esto implica que la adopción del mercado como
principio ordenador de la economía, y la organización socio-política están
orientados, en principio, a la satisfacción de las condiciones de valorización
del capital, no a la satisfacción de las necesidades humanas. Esto me da pie
para denunciar dos ideas latentes en la teoría neoliberal. En primer lugar, a
la luz de lo ya expuesto, la ‘neutralidad’ con que manifiestan las políticas
económicas de ajuste estructural, el modelo de desarrollo económico y la
institucionalidad político-jurídica es resueltamente ideológica. Y es que el
neoliberalismo con su crítica a la intervención no suprime la mediación
política de la economía, sino que la transforma (Rodríguez, 2001). La
desregulación, la liberalización de los mercados comerciales y financieros, la
privatización de empresas y el librecambio, etc., todas ellas fueron
incentivadas políticamente para lograr clima ‘amigable al mercado’ y,
finalmente, implementar, en mayor o menor medida, una economía de mercado
autorregulado. La supuesta imparcialidad del rule of law[5]
pareciera no ser tal, una vez que las políticas económicas anteriormente
mencionadas, en medio de un reforzamiento de los derechos de propiedad privada y,
consecuentemente, del brazo punitivo del Estado, ha dado lugar tanto a una
concentración de la riqueza en los países del centro, respecto a la periferia,
como de las clases sociales más altas respecto a la mayoría de la población al
interior de los países (Ramos, 2002, Harvey, 2007; Vega, 2010, entre otros).
En segundo
lugar, la mencionada orientación de la producción capitalista permite develar
el contenido, igualmente ideológico, de lo que se podría denominar la ‘función social’ atribuida a la mercancía
y al mercado. Brevemente ésta puede sintetizarse en la idea de que el
intercambio económico es un juego de suma positiva basado (o que deriva) en el
beneficio mutuo. En este sentido,
Hayek sostiene que el mercado “se apoya
en beneficios para los demás y en que el individuo, dentro de reglas
convencionales, producirá más si persigue tan sólo sus propios intereses”
(Hayek, 1981:58, las cursivas mías). Sin embargo, el intercambio económico no
tiene, en principio, una función social como la satisfacción de los deseos
reales o, en un plano más básico, de las necesidades humanas reales. El aparato
productivo responde, en primer lugar, a la maximización del beneficio o a la
valorización del capital. De allí que las medidas de ‘desregulación,
liberalización, privatización’ estén orientadas
a la satisfacción de las condiciones necesarias para que ‘el capital sea libre’.
II.I La mistificación del interés individual
Las relaciones
de producción, sostiene Callínicos
no son reductibles a la acción instrumental que con
cierta plausibilidad podríamos identificar en el proceso laboral, como tampoco a la interacción social
normativamente regulada, cuyo telos
implícito sería el consenso; constituyen más bien una esfera de relaciones de
poder asimétricas, de distribución inequitativa de la riqueza y los ingresos,
de intereses de clase antagónicos y de irreconciliable lucha social
(Callinicos, 2001:234).
Las condiciones
materiales asimétricas y las relaciones de poder que ellas sostienen son
inseparables de tal categoría. Y sin embargo, tal disociación se encuentra a la base de la fundamentación del
contrato económico neoliberal, a través de una falsa universalización del interés de los propietarios. Esta idea
pueda se puede explicar a través de dos afirmaciones de Friedman. La primera es
una extraña afirmación donde sostiene que el incentivo último para adoptar el
capitalismo competitivo, es
naturalmente, el aumento de producción que se hace
posible mediante la división del trabajo y la especialización por funciones.
Como la unidad doméstica tiene siempre la alternativa de producir directamente
para ella misma, no necesita entrar en ningún tipo de intercambio a menos que
le sea beneficioso. Por tanto, no tendrá lugar ningún intercambio a menos que
ambas partes se beneficien con él. Por consiguiente, la cooperación se consigue
sin usar la fuerza (1966:28).
La segunda, hace
manifiesta la idea de que la cooperación es voluntaria si los individuos son “efectivamente libres de participar o no
participar en cada intercambio concreto” (Friedman, 1966:29, las cursivas son
mías). La primera, se podría decir, es de carácter motivacional. La segunda se
refiere a las condiciones del ejercicio del intercambio económico. En este
orden de ideas, siendo el caso de que el éste sea voluntario, ha de reportar
algún beneficio para ambas partes. Sin embargo, esta fundamentación teórica
parte de la abstracción de las
condiciones materiales reales y asimétricas en que se desarrolla la actividad
económica. La verdad es que la economía
real no se basa en el intercambio entre propietarios que buscan maximizar su
beneficio. En este sentido, Tugendhat critica a Friedman, afirmando:
Una sociedad de propiedad privada no está basada en
un contrato implícito entre poseedores de propiedad sino –si se mantiene la
metáfora del contrato- en un contrato implícito entre propietarios y no
propietarios, y es este contrato desigual lo que se le pide al gobierno
mantener en vigencia (Tugendhat, 1997:246).
Las relaciones de producción capitalista
siguen estando sostenidas sobre la división de clases, entre burgueses y proletarios, en su básica acepción de
posesión o carencia de medios de producción (Tugendhat, 1997:243). Y esto
ocurre, tras la expansión geográfica de las relaciones de producción
capitalista, en casi todo el globo. Esto desmiente el supuesto de la unidad
doméstica autosuficiente. De tal manera, los cientos o incluso miles de
millones de personas que carecen de medios de producción no tienen otra alternativa que vender su fuerza de trabajo, una vez
que su autosuficiencia ha sido imposibilitada.
Y esto contradice la libertad con que los hombres entran al mercado. Si
bien no hay una autoridad que obligue a hacerlo, la carencia hace imperativo trabajar en el mercado, siendo esta carencia organizada socialmente a través de la institución privada de los
medios de producción y el modelo de distribución de la riqueza.
Es un régimen
de carencia material, agudizado por las políticas económicas neoliberales, la
condición de funcionamiento del mercado. Es la necesidad lo que constituye el verdadero factor motivacional para
intercambiar la única propiedad de hombres, mujeres y niños carentes. Para millones
de hombres, no existe algo así como la libertad de elegir si vender o no su
‘capital humano’ en el mercado, salvo la ilegalidad o la insumisión. De allí
que el incremento de éstas, acompañada del paralelo reforzamiento de las
fuerzas estatales de represión y control social, no sea un fenómeno extraño,
una vez que se han implantado reformas que favorecen la concentración de la
riqueza, la desigualdad social y el Estado sólo lleva a los pobres el rule of law. La desigualdad y ciertos
índices de desempleo eran considerados por los reformistas neoliberales como efectos que derivarían de la corrección
de la economía hacia el mercado, para la reactivación del desarrollo económico.
Finalmente, la oleada de bonanza, mejoraría el bienestar general a largo
plazo (Stiglitz, 2002; Chang,
2004). No obstante, lo que es ocultado
por la abstracción de la teoría económica y el discurso neoliberal, es que la
carencia no es sólo un efecto, sino que también está a la base del funcionamiento del mercado autorregulado. Y por esta
misma razón, el orden social se fundamenta en la coacción (estructural), cuyo papel consiste, afirma Horkheimer,
“no sólo en los castigos infligidos a quien rompe el orden impuesto, sino
también en el hambre del individuo, y de los suyos, que siempre lo impulsa a
someterse a las condiciones de trabajo establecidas” (1968:85). Es el papel que
cumple la carencia en el capitalismo: asegurar una relación asimétrica y de
dependencia unilateral entre ricos y pobres, formalmente libres (Tugendhat, 1997:244). Es la carencia, la
miseria y la necesidad lo que está a la base del mercado, no la libertad de
elegir.
II.2. Mercancías ficticias
La implicación
básica de la idea del mercado autorregulado radica no sólo en que “existan
mercados para todos los elementos de la industria, sino también que no se
arbitre en ninguna medida o política que pueda influir en el funcionamiento del
mercado” (Polanyi, 1989:123). Esto significa que la organización mercantil de la economía
supone no sólo que los procesos de producción y distribución, sino también que
otros factores claves de la economía, a saber, el trabajo, la tierra y el
dinero, sean determinados por el mercado (Polanyi, 1989:125). Esta afirmación es
una constatación de la orientación
capitalista del proceso productivo, anteriormente mencionada. Es decir, que la
producción y la distribución, pero también el factor trabajo, dinero y tierra,
satisfacen, en principio, las exigencias de acumulación y valorización del
capital. Sin embargo, tal subordinación implica más que una simple orientación.
La idea fundamental del análisis de Polanyi radica en que la subordinación del
trabajo, la tierra y el dinero al proceso de acumulación capitalista implica
tratarlos como mercancías, es decir,
como bienes producidos para la compra y venta en el mercado (Polanyi,
1989:127). Lo que constituye el verdadero problema para Polanyi (1989:128) es
el tratamiento ficticio del trabajo,
la tierra y el dinero como mercancías,
lo que permite, sin embargo, la organización completa de los elementos de la
industria en una economía de mercado. Pero el tratamiento de la sustancia de la
vida social, a saber, el hombre mismo, la naturaleza y el medio representativo
de intercambio como mercancías, tiende a la destrucción de los mismos en la
medida en que los subordina a la lógica del capital, desconociendo o haciendo
abstracción de las exigencias de cada uno. Vale la pena citar en extenso al
autor:
Permitir que el mecanismo del mercado dirija por su
propia cuenta y decida la suerte de los seres humanos y de su medio natural, e
incluso que de hecho decida acerca del nivel y de la utilización del poder
adquisitivo, conduce necesariamente a la destrucción de la sociedad. Y esto es
así porque la pretendida mercancía denominada ‘fuerza de trabajo’ no puede ser
zarandeada, utilizada sin ton ni son, o incluso ser inutilizada, sin que se
vean inevitablemente afectados los individuos humanos portadores de esta
mercancía peculiar. Al disponer de la fuerza de trabajo de un hombre, el
sistema pretende disponer de la entidad física, psicológica y moral ‘humana’
que está ligada a esta fuerza. Desprovistos de la protectora cobertura de las
instituciones culturales, los seres humanos perecerán, al ser abandonados en la
sociedad: morirían convirtiéndose en víctimas de una desorganización social
aguda, serían eliminados por el vicio, la perversión, el crimen y la inanición.
La naturaleza se vería reducida a sus elementos, el entorno natural y los
paisajes serían saqueados, los ríos polucionados, la seguridad militar
comprometida, el poder de producir alimentos y materias primas destruido…
(Polanyi, 1989:128-9).
Hace casi 70
años, estas palabras fueron escritas por Polanyi, advirtiendo de los riesgos inherentes a la idea del mercado
autorregulado. Y es notable la facilidad con que su diagnóstico puede ser
aplicado al contexto contemporáneo. Las altas tasas persistentes de
explotación, desigualdad, desempleo y
miseria, en medio de una ingente riqueza y el desarrollo más elevado de los
medios de producción jamás alcanzado dan cuenta de la injusticia y del uso irracional de las fuerzas productivas
sociales (Horkheimer, 1965; Marcuse, 1984). El remedio de ‘más mercado’,
bajo el pretexto de que allí tiene lugar una óptima ‘resources allocation’[6]
(Hayek, 1981) ha incrementado la explotación
y el despojo del mundo natural, en medio de un capitalismo que pretende
hacerse ‘verde’ sin cuestionar su lógica inherente a la sobreproducción y su
orientación al crecimiento. Y, por último, la ausencia de un marco regulador
para la actividad especulativa de los mercados financieros ha dado lugar a una
inestabilidad -ahora condición permanente- y a una alta volatilidad del
capital, que han desencadenado en las crisis
de México (94-5), el este asiático (96-98), Rusia (98), Brasil (99), y
Turquía y Argentina (2001) (Saad-Filho,2005:116); y que desde la última crisis
del 2009 tiene a la economía mundial en suspenso. Tal vez haya una observación
que deba hacerse: los caídos de la economía de mercado autorregulado no son
víctimas de una ‘desorganización social aguda’ sino de un mundo altamente
administrado. Son víctimas de una
deliberada organización social.
III. El modelo de desarrollo neoliberal
La inflación,
el estancamiento económico y la subida de los precios provocada por el
encarecimiento del petróleo en el año 1974, generó el clima propicio para la
implementación del neoliberalismo. Las políticas económicas del desarrollo
estaban orientadas por los preceptos del Consenso de Washington, según el cual,
“el crecimiento tiene lugar merced a la liberalización, <destrabar> los
mercados. Se supone que la privatización, la liberalización y la
macroestabilidad generan un clima que atrae inversión, incluyendo la extranjera.
Esta inversión produce crecimiento” (Stiglitz, 2002:96). En consecuencia, la política
económica de las economías domésticas debían ser orientadas a la
liberalización de las trabas al mercado
exterior, y particularmente del mercado financiero, de la cual se esperaba la
inversión que revitalizaría la economía. Sin embargo, la ‘financirización’
(Harvey, 2007; Cortés, 2007) de la economía produjo el efecto contrario. Las
altas tasas de interés hicieron más atractiva la inversión especulativa, lo que
derivó en una contracción de la base industrial y en una ralentización del
crecimiento económico (Chang, 2004:220). Asimismo, la implantación del modelo
de desarrollo de libre mercado generó efectos redistributivos regresivos en y entre
las naciones. A pesar de ello, las políticas del Consenso de Washington no se
preocuparon por las cuestiones de la distribución inequitativa (Johnston,
2005:137). Esta subordinación de la preocupación por la distribución en materia
de política económica se debía, en parte, a que las políticas del Consenso
estaban basadas en idea del trickle-down
effect[7] (Johnston,
2005:127), esto es, en una economía de
la filtración, en la que “finalmente los
beneficios del crecimiento se filtran
y llegan incluso a los pobres.” (Stiglitz, 2002:108, cursivas del original). Esto
permite comprender la orientación del modelo de desarrollo neoliberal al crecimiento económico (pues se espera
que éste favorezca a todos), que no
hace más que reavivar el dogma liberal de que la acumulación capitalista traerá
beneficios para el conjunto social. No obstante, la omisión de cómo efectivamente se filtraría la riqueza le
permite denunciar a Stiglitz que,
[a]unque es verdad que no se pueden lograr
reducciones sostenidas de la pobreza sin un fuerte crecimiento económico, lo
contrario no es cierto: el crecimiento no
beneficia necesariamente a todos (Stiglitz.:109, cursivas mías).
La política
social del Estado no ha dejado de servir –aunque tampoco únicamente- a las
exigencias de la acumulación capitalista sobre la cual está asentada la
economía. La transformación de la política social respecto del antiguo Estado
de Bienestar es bastante notable, como es manifiesto en el alejamiento de las
políticas del equilibrio. Sus instrumentos no son ya la protección social y la
regulación laboral, sino “la desprotección social y la desregulación del
mercado de trabajo”, o la flexibilización del mismo (Rodríguez, 2001:271). Lo
que el Estado debe garantizar ahora en principio, más que el empleo es la empleabilidad de sus ciudadanos (Rodríguez, 2001: 259) Sin
embargo, tal y como afirma Stiglitz, (2002:117)
la falta de preocupación acerca de los pobres no
era sólo una cuestión de opiniones sobre el mercado y el Estado, opiniones según
las cuales el mercado lo arreglaría todo y el Estado sólo empeoraría las cosas;
era también cuestión de valores – lo comprometidos que debemos estar con los
pobres y quién debería soportar qué riesgos”.
La falta de preocupación por los pobres no se
debe, entonces, a una mera cuestión técnica.
Dicha omisión es, en principio, axiológica,
y bajo el pretexto de la responsabilidad individual legitima la suerte de los
caídos de la marcha del progreso. “El cielo de la competencia perfecta” decía
Hinkelammert (2001), “esconde el infierno que se produce en su nombre”.
Así pues, si
el objetivo primordial del modelo de desarrollo neoliberal era estimular el
crecimiento económico, entonces su implementación puede juzgarse por ello, en
términos generales, como un fracaso (Harvey, 2007; Dieckxsens, 2008). Sin
embargo, como sostiene Saad-Filho (2005:117)
“Las políticas neoliberales no se auto-corrigen. No
obstante, su fallo generalmente conduce a la extensión de la intervención del
FMI y del BM más allá de la elaboración de políticas económicas, y hacia un
proceso político y de gobernanza, con la excusa de asegurar la implementación
de las políticas favoritas de Washington” (2005:117. Las cursivas del
original).
La revisión del Consenso de Washington dejó
incuestionada la doctrina del libre
comercio, descartando la posible conexión que pudiese existir entre el malestar
social generalizado y la implementación de sus políticas (Deranyiagala,
2005:99). Esto permite comprender mejor las preocupaciones por la ‘institucionalidad’
del BM y del FMI:
La política del comercio ahora se extiende, por lo
tanto, a asuntos anteriormente considerados más allá del ámbito del comercio
internacional, como la inversión doméstica, la propiedad intelectual y la
reforma legal. El rasgo central y definitivo de la visión neoliberal revisada
permanece, no obstante, en que el libre comercio y la integración global es el
mejor camino para promover el crecimiento y el desarrollo, y reducir la pobreza
(Deranyiagala, 2005: 100. Cursivas mías).
Es decir, que
ante la ausencia de un adecuado ‘policy
framework’[8],
los preceptos del BM y del FMI dejaron de limitarse a políticas de regulación
macroeconómica y a repetir la necesidad de liberar las trabas comerciales, para
extenderse a la reforma del sector público a través del ‘ajuste estructural’
(Banco Mundial, 1992:4). El verdadero
papel que cumplen tales ‘ajustes’ reside, tanto en la determinación la política económica como en la relación asimétrica instaurada entre las políticas domésticas y las
políticas emanadas por tales instituciones. La ‘aceptación’ de las
condiciones que se deben adoptar, so
pena de perder las inversiones o
préstamos de los que necesitan los países menos desarrollados, equivale
a la misma ‘libertad de elegir’ ficticia que yace a la base del mercado:
‘Acuerdo’ es
por supuesto una mala denominación, porque cuando la escasez del intercambio
exterior se torna extrema, los países generalmente encuentran que los bancos y
otras instituciones financieras rechazarán prestarles dinero a menos que un programa de ajuste
neoliberal tenga lugar (Saad-Filho, 2005: 115).
La inversión extranjera, como bien apunta
Stiglitz, “sólo llega al precio de socavar los procesos democráticos” (Stiglitz,
2002:101). De esta manera, el FMI y el
BM intervienen directamente en la
determinación de las políticas económicas de los países prestatarios (Toussaint, 2004:226), socavando la
autodeterminación política y la soberanía estatal de los pueblos. Pero la promesa
de desarrollo, que deviene de la apertura comercial y de la generación de un clima ‘amigable’ al
mercado y a la inversión, no sólo oculta la relación asimétrica y de
dependencia resultante de la implementación de los programas de ajuste
estructural. También oculta el ‘secreto del éxito’ de los países desarrollados,
a saber, “que ellos no llegaron a
donde ahora están mediante las políticas y las instituciones que recomiendan
actualmente a los países en desarrollo” (Chang, 2004: 35). Esto es lo que Chang
ha denominado un modelo de desarrollo
basado en ‘retirar la escalera’, esto es, en la obstrucción por parte de los
países desarrollados del camino por el
cual alcanzaron verdaderamente el
desarrollo que gozan actualmente, contradiciendo tanto la secuencia de adaptación de las medidas institucionales, -como el
voto universal, las reformas jurídicas y burocráticas, entre otras, pues los
países del Primer Mundo se tomaron varias décadas o incluso hasta un siglo para
hacerlo- como el modelo de desarrollo
mismo como la vía para lograr un desarrollo íntegro de la economía y las
instituciones sociales (Chang, 2004).
Así pues, las
prácticas de los países más poderosos contradicen los preceptos que imponen a
aquellos que se han integrado a la economía mundial en condiciones
desfavorables para sostener una abierta competencia. Lo más grave es que con la
implementación del modelo de desarrollo neoliberal, a través de los planes de
ajuste estructural y de reprogramación de la deuda, se ve comprometida tanto
una política económica de acuerdo a sus necesidades y su contexto, como la
capacidad de autodeterminación de las políticas económicas. Se conservan,
entonces, las viejas relaciones asimétricas y comerciales que determinaban la
distribución inequitativa de poder y riqueza entre los países del norte y del
sur, y como apunta Cuello,
debe encontrarse la razón de la asimetría con que
se manejan los países centrales respecto de las recetas que imponen a los
raíces de la periferia en la relación de
poder, que es utilizada para beneficio de los sectores
financieros-económicos dominantes de aquellos que han llegado a constituir una
estructura que se antepone a las que conforman los poderes políticos” (Cuello,
2004:134-5, las cursivas mías).
Son las
relaciones de poder que anteceden o sobre las que se levanta el aparato formal
tanto del Estado y el orden jurídico, tanto a escala doméstica, como del
derecho internacional, como bien nos recuerda Zolo (2000), las que perpetúan la
coacción estructural del orden
político y económico sobre los individuos y Estados menos favorecidos de la
globalización (neoliberal). Es así como el tratamiento de la pobreza y la
desigualdad como un fenómeno marginal,
independiente de la organización social, mantiene impune a los programas de
ajuste estructural y, de forma más general, al modelo de desarrollo neoliberal,
a la vez que niega la necesidad de una distribución de la riqueza en un sentido
igualitario (Toussaint, 2004: 61), invisibilizando
las relaciones asimétricas y de dominio que se extienden a través de las
fronteras de los Estados.
Conclusión
La
articulación de los tres elementos brevemente analizados permite mostrar la
manera en que se justifica un orden social que exacerba la desigualdad
material, produce exclusión social y política, impide el reconocimiento de la
dignidad de los seres humanos y legitima un aparato que, guiado por el
principio de la racionalidad económica, se erige como condena de aquello que no
logre reducirse a la misma. El mundo social y natural es liquidado como un
coste externo de la producción del capital. De esta manera, la identidad del
sistema se reproduce como dominio y como denegación de las posibilidades de
concebir y construir un mundo más justo, más libre, de un mundo más humano.
El
neoliberalismo ha restablecido un ciclo de acumulación que, en nombre del
crecimiento económico y del progreso, pretende lograr que la racionalidad
económica que guía al mercado no sea intervenida por las exigencias éticas o
políticas del mundo social. Esto, se supone, sacaría a las economías de la estanflación en la que cayeron en los
70s. Si bien la inflación ha decaído en la mayoría de países en que se ha
implementado la receta neoliberal, la tasa de crecimiento escasamente ha
aumentado, mientras que se han exacerbado todo tipo de problemas sociales. El
Informe sobre el Desarrollo del PNUD de 1992 reveló que el 20% de la población
mundial poseía el 80% del producto neto mundial. La desigualdad social
incrementó considerablemente no sólo en el Tercer, sino también en el Primer
Mundo. Paradójicamente, un modelo de desarrollo y centrado en la eficiencia ha
mostrado ser altamente ineficiente:
el PIB per cápita creció un 2,8 por ciento anual en
los países latinoamericanos durante el período 1960-80, en tanto que quedó
estancado entre 1980 y 1988, creciendo a un 0,3 por ciento anual. El PIB per
cápita cayó en África subsahariana en un 15 por ciento (o su índice de
crecimiento fue de -0,8 por ciento anual) entre 1980 y 1988, cuando había
subido un 36 por ciento en el período 1960-80 (o su índice de crecimiento había
sido del 1,6 por ciento anual). Los historiales de las economías de los países
ex comunistas (las ‘economías de transición’) –exceptuando a China y Vietnam,
que no siguieron las recomendaciones neoliberales- son aún más lúgubres,
Stiglitz señala que, de las 19 economías en transición de Europa Oriental,
incluyendo a la ex Unión Soviética, sólo el PIB de Polonia de 1997 superó al de
1989, año en que comenzó la transición. En los restantes 18 países, el PIB per
cápita de 1997 era menor en un 40 por ciento que el de 1989 en cuatro países
(Georgia, Azerbaiyán, Moldavia y Ucrania). En sólo 5 de ellos el PIB per cápita
de 1997 era superior al 80 por ciento del nivel de 1989 (Rumania, Uzbekistán, la
República Checa, Hungría y Eslovaquia) (Chang, 2004:215)
Asimismo, la lucha individual por la
maximización del beneficio privado y la extensión de la cultura mercantil y de
consumo han ido deteriorando el tejido social y las fuentes de solidaridad
(Habermas, 2000; Honneth, 2011). Se ha intentado naturalizar el desempleo y la
desigualdad como factores necesarios para una saludable economía de mercado
(Bourdieu, 2000). La extensión de la privatización
junto al reforzamiento de la institución de la propiedad privada, el derecho
privado y el brazo punitivo del Estado, han aumentado la privación del acceso de millones de personas a las condiciones
materiales e inmateriales necesarias para el ejercicio de una auténtica
autonomía y el reconocimiento de la dignidad humana. Esto último se debe a que el modelo capitalista
(neoliberal) exige una actitud moral particular,
a saber, que los individuos
“tienen que
competir honestamente de acuerdo con las reglas de juego, únicamente guiados
por los índices abstractos de los precios y no otorgando simpatía alguna o
puntos de vista sobre méritos o necesidades a las personas con quienes tratan”
(Hayek, 1981:58).
El éxito del
individuo en el mercado está relacionado directamente con el reconocimiento
social, lo cual conduce al desprecio de aquellos que no han sabido explotar el
capital humano que yace en sus perezosas e ineficientes vidas y que, por
pretender luchar por una distribución del producto
social, no merecerían más que “llamarse ‘encaramados’” y ser considerados una “una
rémora intolerable para la economía”
(Hayek, 1981:59). Juzgado únicamente en términos económicos –como
quisiera el neoliberalismo- miles, tal vez millones de hombres son
improductivos para el ciclo de acumulación flexible contemporánea. La sentencia
del sistema productivo para aquello que le deja de ser funcional es la
liberación de “cargas” negativas. Los hombres son, entonces, desechables para el sistema y, por lo
mismo, dejan de ser humanos.
La autarquía
de la racionalidad mercantil ha mostrado ser devastadora. No sólo porque
excluye a millones de seres humanos de la distribución material e inmaterial
del sistema mercantil, del cual brota una abundante miseria y desprecio en
medio de inimaginable opulencia y derroche. También lo es porque la
racionalidad económica excluye las
consideraciones de orden ético, político y natural, sin las cuales no se
podrían generar condiciones para la realización de una vida dignamente humana.
La anterior reflexión constituye tan sólo un esbozo del diagnóstico del
capitalismo contemporáneo, en su versión neoliberal. Los caminos de la
superación de los problemas presentados no debería caer por cuenta de
decisiones de teóricos especialistas, sino del trabajo conjunto de los
individuos que padecen y alientan con su
esfuerzo al sistema. La vinculación de las exigencias normativas y políticas de
la sociedad civil aparece como un de los horizontes predilectos. No es otra
cosa que el sueño de sociedades verdaderamente democráticas que deberían, por
un lado, superar la reificación de
las esferas sociales e identificar las estructuras que afectan las condiciones
en que se desenvuelve la vida humana y, por el otro, recuperar la racionalización de los procesos sociales
y del desarrollo científico-técnico para liberar al hombre del estado de
necesidad, miseria y desprecio que caracterizan la actual condición humana.
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Documentos Institucionales
Banco Mundial (1992). Governance
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[1] Este
artículo es producto de los avances en el Trabajo de Grado del autor.
[2] Todas las traducciones del inglés al español
son propias.
[3] El
tratamiento del neoliberalismo de los ideales de ‘igualdad social’ y de ‘justicia social’
siguen el mismo leitmotiv. Debido a las connotaciones marxistas que ambos
ideales cargaron durante finales del siglo XIX hasta la crisis del
keynesianismo en los 70s del siglo XX – ya implicaran un rechazo de la economía
capitalista, la planificación económica o una fuerte exigencia de
redistribución - dichos ideales tuvieron
que ser reformulados. La ‘justicia social’ es reducida a la imparcialidad del sistema legal, dentro del funcionamiento de
la economía de mercado. De esta manera, cualquier exigencia de redistribución
que recaiga sobre los resultados del
mercado es tachada, curiosamente, de injusta, a pesar de lo desiguales que
puedan ser aquellos. Veamos dos afirmaciones de Hayek en este sentido: La
primera: “Allí donde el volumen del producto social, y ya no su contribución a
él, proporciona a los individuos y grupos un reclamo moral para una cierta
participación en ese producto, la pretensión de los que realmente merecen
llamarse ‘encaramados’ pasa a ser una rémora intolerable para la economía”
(Hayek 1981:59). La segunda: “la justicia tiene significado sólo como regla de
conducta humana (…) Los individuos quizá se conduzcan con tanta justicia como
les sea posible, pero (…) el estado de cosas emergente no se puede juzgar justo
ni injusto” (Hayek, 1981:52). Esto se debe a que las exigencias distributivas
de la riqueza implicaban una intervención
política de la economía, idea contra
la cual militaron incansablemente los neoliberales. De allí la misma suerte que
tuvo el concepto de ‘igualdad social’. La idea de igualdad no podía ir en
contra del libre mercado y el sistema de precios, en tanto exigencia de bienes
materiales. Bajo una idea de justicia distributiva entendida esencialmente como
el éxito en la carrera abierta de talentos (Friedman, 1983), la igualdad debía ser una igualdad formal. De allí su traducción en ‘igualdad de oportunidades’ que brinda el
mercado. Es decir, que la igualdad se identifica con la lucha sin privilegios
(políticos) ni discriminaciones por los medios de subsistencia (y demás) en el mercado. En palabras de Friedman
(1983:193), “las medidas estatales que apoyan la igualdad personal [la simple
constatación de que como hombres somos iguales] o de oportunidades aumentan la
libertad. Las medidas estatales que pretenden lograr ‘partes equitativas para
todos’ reducen la libertad”. O como afirma explícitamente Hayek (1986:26), “el
verdadero individualismo no es igualitario”, en el sentido social(ista) del
término.
[4] De esta
manera, la pobreza ha sido desligada en el discurso público de la organización
política y social y ha pasado a ser imputada, por ejemplo, al carácter poco emprendedor o perezoso de las personas
(Fraser & Gordon, 1997). También se
le ha conferido explicación causal a la constitución genética de ciertos
individuos (Vega, 2010). E incluso la culpa
del individuo, en el sentido religioso del término, ha sido reavivada por el discurso
neoconservador, para explicar y justificar las precarias condiciones materiales
de existencia (Fraser, 2008).
[5] Rule of law: Gobierno de la ley. (Pretendidamente, un gobierno
imparcial, no arbitrario).
[6] Resources allocation:
Distribución o asignación de recursos.
[7] Literalmente, efecto de goteo hacia abajo.
[8] Policy framework: marco institucional en que se elaboran las políticas
(públicas).
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