Resumen: El presente artículo describe y analiza los elementos presentes en Cien años de Soledad de Gabriel García Márquez y La denuncia de Enrique Buenaventura, que hacen referencia a la Masacre de las Bananeras ocurrida en Ciénaga, Magdalena en 1928. Considerando la literatura y el teatro como vehículos de la memoria de un acontecimiento histórico, que más que reconstruirlo lo recrean y resignifican con un carácter ficcional. La distinción realizada por Pécaut entre los tipos de relatos (relato histórico y vulgata histórica) nos sirve como referente para caracterizar nuestras fuentes, y analizar las memorias que se construyen a partir de ellas. Finalmente consideramos la importancia de la transmisión de memorias para analizar los acontecimientos del pasado a la luz de sus continuidades en el presente.
Palabras clave: Masacre de las bananeras, memoria, vehículos de la memoria, vulgata histórica, literatura.
Laura Sofía
Fontal Gironza
Socióloga
Universidad del Valle
laurasofia.fg@gmail.com
Solange
Bonilla Valencia
Socióloga
Universidad del Valle
Preliminary papers for the analysis of two vehicles of memory about the bananera slaughter of 1928
Recibido: octubre 2012 Evaluado: diciembre 2012 Aceptado: Enero 2013
Abstract
The present article describes and analyzes the
elements of the works One Hundred Years
of Solitude by Gabriel García Márquez and The Complaint by Enrique Buenaventura in which both authors make
references to the “bananera slaughter”, ocurred in Ciénaga, Magdalena in 1928.
This article takes the literature and theater as vehicles of memory of an
historical event. Both works recreate and resignify this particular event with
a fictional meaning. Pécaut distinguishes two kinds of stories (historical
story and historical vulgate), we make use of his distinction to characterize
these primary sources and analyze the memories they build. Finally, we consider
the importance of the transmission of memories for the interpretation of past
events, while reflecting on their continuities in the present time.
Keywords:
Bananera slaughter, memory, vehicles of memory,
historical vulgate, literature.
Introducción [1]
Sobre la Masacre de las Bananeras de 1928
se conocen diversas versiones sobre las cuales, tras el paso del tiempo, es
posible observar cómo ha variado su interpretación y el uso de distintos medios
para transmitirla. Puesto que la memoria, de acuerdo con Pécaut “…se reinventa
a medida que se modifican las realidades. Toda memoria es memoria a partir del
presente” (2002: 9), el evento de la masacre es un evento que aun nutre discursos en torno areivindicaciones
políticas en el país: es aludido para hacer frente al imperialismo o a los
abusos cometidos contra la clase obrera, es una memoria que aunque no se
olvida, se reinterpreta[2].
Existen diversos medios desde los cuales
se retomó el tema de la masacre de las bananeras, esto se puede evidenciar en
el corpus de documentos que dan muestra de la producción en torno al
acontecimiento y cuya producción es diversa: desde la academia se encuentra el
aporte de las investigaciones historiográficas y sociológicas que volvieron la
mirada sobre la masacre de las bananeras[3].
Algunas organizaciones retomaron este tema con un sentido de identidad, como es
el caso de la Confederación Sindical de Trabajadores de Colombia (CSTC) que en
1978, en homenaje al 50º aniversario de la huelga de las bananeras publicó un
libro en el cual se ofrece una reconstrucción
de los hechos que la desencadenaron y que la concluyeron en forma de
masacre.
Estos diferentes medios constituyen “vehículos
de la memoria”, noción adaptada a
partir del trabajo de Nicolás Rodríguez Idárraga (2008), titulado Los vehículos de
la memoria. Discursos morales durante la primera fase de la violencia (1946 –
1953). Rodríguez interpreta obras
literarias y discursos producidos durante 1946-1953 como “vehículos de la
memoria” de esa época. Analiza cómo la literatura de La Violencia y la
literatura sobre La Violencia se convirtieron en medios con los que se buscaba
imponer sentidos acerca de lo acontecido. Esto pasa por la consideración de la
memoria como campo de lucha por las
representaciones que necesita de una mediación lingüística y narrativa para
ser comunicada y por el reconocimiento del carácter social que tiene toda
memoria, sin importar lo personal que pueda parecer (Rodríguez, 2008: 2).
De esta
forma, entendemos por “vehículos de la memoria” aquellos medios que personas o
grupos sociales utilizan para transmitir reconstrucciones e interpretaciones de
acontecimientos pasados; las cuales dan sentido al pasado de acuerdo a las
necesidades del presente e intereses de quienes reconstruyen esas memorias. “El
pasado que se rememora […] es activado en un presente y en función de
expectativas futuras” (Jelin, 2012: 52). Para Olvera en “Notas sobre la
relación entre tiempo, historia y memoria como problema historiográfico”
expresa que“la
memoria es un continuo acto de creación y de interpretación que depende de los
distintos horizontes temporales desde los cuales se elabora” (2009: 190).
Los textos que retoman la masacre, desde
la investigación académica se caracterizan como relato histórico, es decir, son medios que “se pueden calificar de
reflexivos y pretenden tener una validez histórica” (Pécaut, 2002: 11). Este
tipo de relatos da cuenta de la historia, entendida esta como “lo fáctico, científicamente comprobado, de lo que ‘realmente’ ocurrió”
(LaCapra, 1998, citado en: Jelin, 2012: 95).
A diferencia de estos vehículos, existen
otros que transmiten la denominada vulgata
histórica, es decir narrativas que expresan la memoria, entendida esta como
“la creencia acrítica, el mito, la ‘invención’ del
pasado, muchas veces con una mirada romántica o idealizada del mismo” (LaCapra,
1998, citado en: Jelin, 2012: 95). La
memoria transmitida por la vulgata
histórica es una
memoria
mítica, por estar construida como la repetición permanente de lo mismo y por
estar basada en la percepción de una contraposición entre fuerzas impersonales
(Pécaut, 2002: 7).
Ésta es un tipo de memoria que hace
referencia a acontecimientos históricos precisos, no los recuerda tal como
sucedieron, sino que los recrea y resignifica constantemente.
Acerca de la masacre de las bananeras se
han construido diversos relatos que remiten a esa vulgata histórica mencionada;
narraciones que se nutren de la ficción y que transmiten una memoria recreada. Dos
de estos relatos, encontrados en obras literarias, son el objeto de análisis
del presente artículo.
Las dos obras literarias remiten a la
masacre de las bananeras, y crean una memoria acerca de ésta. Son construidas
con base a investigaciones previas que los autores realizaron, sin embargo el
interés de estos no es precisamente relatar
el acontecimiento histórico tal como sucedió, sino recurrir a elementos
narrativos para reconstruirlo con una mirada ficcional.
La primera de la obras es Cien años de soledad (1967) del escritor
Gabriel García Márquez. Debido al éxito que tuvo se le atribuye el resurgimiento
del olvido histórico en que estaba la masacre de los
trabajadores en Ciénaga, Magdalena, el 6 de diciembre de 1928. Pernett señala
que para los años sesenta, cerca a la aparición de la novela de García Márquez,
el recuerdo de la huelga y la masacre quedó profundamente ligado a su
representación literaria (2009: 194).
La segunda obra es La denuncia (1973), escrita para
adaptación al teatro por Enrique Buenaventura. Es una obra cumbre del Nuevo
Teatro Colombiano un movimiento surgido a mediado del siglo XX, el cual
presenta una conciencia de las responsabilidades del teatro frente a la
historia y la realidad política en el país (Buenaventura, 2010: 8).
Nuestra tarea en este primer esbozo es seleccionar y describir
los elementos presentes en las dos obras, las cuales narran un mismo
acontecimiento de diferente manera.
Para introducir el acontecimiento de la masacre de las bananeras
presentamos una descripción del contexto histórico en que se encontraba el
departamento del Magdalena en la sección titulada Contexto: las condiciones que
posibilitaron la Masacre de las Bananeras. En esta sección damos
cuenta de los elementos que permitieron que esta masacre fuera probable y se llevara a
cabo como el triste desenlace de una manifestación del creciente movimiento
obrero de comienzos del siglo XX en Colombia.
Después, presentamos el ejercicio de análisis de las obras
literarias en dos secciones tituladas La literatura colombiana como vehículo de la memoria: La
masacre de las bananeras en Cien años de Soledad y La masacre de las bananeras en el teatro: La
Denuncia. El ejercicio
consta de la selección de fragmentos de éstas que son alusivos a la masacre de
las bananeras, la descripción y el análisis de la forma en que cada uno de los
autores construye sus relatos y selecciona particularidades del suceso, permite
dar cuenta de la memoria que se transmite en estos vehículos.
Finalmente damos lugar a las conclusiones extraídas del
análisis, las cuales dan cuenta de algunas similitudes entre las obras en
cuanto a los hechos que narran, los personajes y el desarrollo del conflicto.
También encontramos la identificación de la impunidad y la alusión a los
huelguistas como víctimas de la empresa, el gobierno y el ejército. Igualmente
la importancia de estas obras en cuanto a la construcción de memoria de la
masacre de las bananeras y su papel para rescatar del olvido y denunciar un
acontecimiento impune de la historia nacional. Son obras que narran el
acontecimiento desde la alteridad y hacen frente a los discursos oficiales, son
medios, que desde el arte y la literatura, se oponen a los vehículos que
transmiten discursos hegemónicos, como los medios masivos de comunicación.
Contexto: las
condiciones que posibilitaron la Masacre de las Bananeras
La masacre de las bananeras fue
perpetuada por soldados del ejército colombiano, liderados por el General
Cortés Vargas. Se llevó a cabo en la noche entre el 5 y 6 de diciembre de 1928
en Ciénaga, Magdalena. Las víctimas fueron los huelguistas, obreros de la United
Fruit Company, el número de muertos no se conoce con exactitud, oficialmente se
reconocieron nueve, pero existen versiones que mencionan cientos, incluso miles
(Archila, 1999). Este evento, comúnmente denominado como el “bautizo de
sangre” de la clase obrera colombiana
requería de unas condiciones políticas, económicas y sociales para poder llegar
a su fatídico desenlace. A continuación las exponemos.
Nos ubicamos en la primera mitad del
siglo XX, en el departamento de Magdalena.
Desde mediados del siglo anterior, los cultivos predominantes para exportación eran el café, el tabaco y el
cacao. Los cultivos eran prometedores lo que incentivó las migraciones de mano
de obra desde otras regiones del país e incluso desde el extranjero. Botero et al. en “El enclave agrícola en la
zona bananera de Santa Marta” plantean que
una de las principales iniciativas a mitad del siglo XIX para facilitar
el transporte de los productos, fue la construcción de un ferrocarril que
posibilitara el intercambio comercial del interior del país con el departamento
del Magdalena y la Guajira, y las exportaciones (1977: 317).
Aparte del proyecto del ferrocarril,
también se pretendía iniciar obras de un muelle en la bahía de Santa Marta.
Este contrato se adjudicó a los señores Joy y de Mier, pero por la situación
difícil de estos concesionarios, estos le traspasaron la concesión a una
compañía que se constituyó en Londres y que para 1890 “protocolizó sus
estatutos y escrituras en la ciudad de Santa Marta” (Botero et al. 1977: 323), esa compañía fue The Santa Marta Railway Company.
Para finales del siglo XIX, pequeñas empresas nacionales que cultivaban tabaco, cacao y caña para la
producción de miel,
comenzaron a sembrar banano probando la bondad
de las tierras del Magdalena para el cultivo y al mismo tiempo le abrieron paso
a las grandes compañías extranjeras (Botero et
al. 1977: 324).
La Colombian
Land Co., compañía creada por Mr. Minor Keith, se especializó en negociar
la producción de banano y quedó junto a The Santa Marta Railway Company en manos
de un solo apoderado en Santa Marta, Mr. Copperthwaite. Este hecho permite
entender la importancia que tuvo el ferrocarril para las extensas plantaciones
de banano, de esta manera la llegada de
la Santa Marta Railway Co. Tuvo como principal motivo en ampliar las
perspectivas de la industria bananera en la región (Botero et al. 1977: 327).
Las actividades de ambas compañías
estaban encaminadas a un mismo interés monopólico y esto era de conocimiento de
Mr. Keith, lo que contribuyó a la formación de lo que posteriormente sería la United Fruit Company (UFC).
Contar con la compañía de transportes
para garantizar la tenencia del ferrocarril a su servicio era parte de la
estrategia de la UFC para monopolizar no solo todas las tierras productivas de
la región, sino también los servicios, tal es el caso del uso del agua, del
transporte marítimo y terreno, y de las comunicaciones.
Con respecto al uso del agua:
“la
compañía frutera disponía de un doble privilegio; por una parte tenía la oportunidad para ‘estudiar el modo de
abrir acequias o canales de regadío’ con indudables ventajas de valorización
para sus tierras y poseía el control del agua necesaria para las plantaciones
por el otro” (Botero et al. 1977:
343). (La UFC) …no se conformaba con tener el monopolio indiscutible del
transporte terrestre a través de su subsidiaria la Santa Marta Railway Co., […] sino que pasaba a monopolizar todo
tipo de comunicaciones: instaló un telégrafo paralelo a la línea del
ferrocarril – para servicio exclusivo de la (UFC) (Botero et al. 1977: 344).
Otra ventaja con la que contaba la UFC,
era la incapacidad de los colonos y pequeños propietarios para pagar policías
que los protegieran, según el Código de Policía del Magdalena, “existían
disposiciones que autorizaban la creación de policías supernumerarios al
servicio de quien pudiera pagarlos para vigilar sus intereses y sus
propiedades” (Botero et al. 1977:
341). En vez de procurar la protección de los colonos que sufrían abusos por
parte de la compañía, el Código de Policía dotaba los desalojos violentos con
un carácter de legalidad.
Los abusos de la UFC eran evidentes en
las relaciones que ésta –más que mantener- rompía con los pequeños propietarios
y pequeños latifundistas de la región. La compañía bananera terminó
apropiándose de todas las tierras, su monopolio de los medios de trasporte
perjudicó las exportaciones de otros productores y el monopolio del uso del
agua, le permitió decidir cuándo distribuir el agua por canales de riego a
otras plantaciones que no fueran las suyas.
Archila expresa que la relación entre los
obreros y la compañía tampoco era la más óptima. Desde 1918 se empezaron a
expresar manifestaciones por parte de los empleados y obreros del ferrocarril y
de la UFC, tras ésta surgió otra huelga en 1924 y luego la de diciembre de 1928
que se gestó desde comienzos de noviembre. Esta huelga era organizada por los
trabajadores de la United Fruit Company
quienes eran coordinados por la Unión Sindical de Trabajadores del Magdalena
(USTM) que tenía una gran influencia del
Partido Socialista Revolucionario (2001: 205).
La huelga de 1928 fue expresión del
movimiento obrero de la Zona Bananera y se enmarcó en una época en la que “el
capitalismo a nivel mundial se encontraba en una etapa imperialista en la que
se había transformado la competencia en monopolio” (Botero et al. 1977: 357) lo que explica que el accionar de la compañía no
diera lugar a la “libre competencia” sino que se centrara en monopolizar y
recaudar la mayor cantidad de tierras, servicios y mano de obra para sí misma.
En Colombia la gestión realizada por el
presidente Miguel Abadía Méndez (1926 – 1930, partido conservador), abrió las
puertas a la inversión extranjera, además usó el recurso de las misiones extranjeras,
dándoles libertad de hacer modificaciones a las instituciones.
En la zona bananera hubo influencia de
líderes como María Cano, Raúl Eduardo Mahecha, Eduardo Torres Giraldo y Alberto
Castrillón, este último encabezó la huelga de 1928.
La huelga inició en noviembre de 1928, en
los archivos sobre La huelga en la Zona
Bananera de Torres Giraldo, se da a
conocer que para el 13 de noviembre,
“los
obreros exigen a la United Fruit que de cumplimiento a las leyes sobre seguro
colectivo, habitaciones higiénicas, reconocimiento de accidentes de trabajo, y
que se les aumenten los salarios. Piden además la cesación de los comisariatos,
que son monopolios de la empresa, que no se continúe pagando en vales
quincenales, y el establecimiento de hospitales” (citado en: Botero et al. 1977: 364 - 365).
Llegado diciembre de 1928, los
huelguistas tenían esperanzas de un arreglo, pero el día 5 de ese mes se
declaró turbado el orden público en la región y el General Carlos Cortés Vargas
fue nombrado jefe civil y militar. Los trabajadores se concentraron en la
estación del ferrocarril de Ciénaga con
el objeto de dialogar con el gobernador, pero éste no se presentó,
decidieron permanecer concentrados en ese lugar hasta que a la media noche,
Cortés Vargas aprovechó la situación y dio la orden de abrir fuego contra la
muchedumbre. Al respecto, Archila menciona “[…] a la primera descarga la gente
comenzó a huir despavorida, ante lo cual la tropa no dejó de disparar. No se
sabe con exactitud cuántos murieron ese día, ni cuántos antes y después, pero ciertamente
fueron más de mil” (2001: 206).
Las versiones sobre lo acontecido ese 6
de diciembre son diferentes, sobre todo respecto al número de muertos, lo cual
perpetúa la impunidad alrededor del acontecimiento. Respecto al número de
huelguistas asesinados, Uribe en “La masacre de las bananeras: A 84 años de la
matanza de los trabajadores de las plantaciones bananeras” menciona lo
siguiente:
“Se estimaron en 5.000 los trabajadores que estaban en la
plaza cuando fueron rodeados por los 300 hombres armados. Contaban los
sobrevivientes que después de un toque de corneta el propio Cortes Vargas dio
la orden de fuego por 3 veces, sin embargo, nunca se supo cuántos muertos hubo:
las narraciones populares orales y escritas difieren: de 800 a 3 mil, y agregan
que los botaron al mar. Las oficiales admitieron de 15 a 20” (2008).
La memoria sobre la masacre de las
bananeras, aún después de ocho décadas, se conserva en algunos medios, aquí
señalados como vehículos de la memoria, uno de ellos y en el cuál centramos nuestro
análisis es la literatura.
Hoy en día, en la zona bananera, todavía
se escuchan reclamos por las injusticias que las compañías fruteras cometen
contra los trabajadores sindicalizados. Las compañías bananeras de la
actualidad son la “evolución” de aquellas que tenían el predominio económico en
1928. Algunas han estado involucradas en procesos ilegales que atentan contra
la vida de los empleados y de los miembros de los sindicatos, financiando
fuerzas paramilitares y otros grupos armados, a manera de un ejército privado
que contratan para que “por debajo de cuerda” solucionen inconvenientes que
pueden obstaculizar su proyecto financiero y económico. El ejemplo más reciente de esto lo encontramos en el
caso de la compañía “Chiquita Brands International”, compañía frutera
especializada en producción y comercialización de banano. Chiquita Brands se ha
señalado de “presunta participación en
masacres de Urabá”[4].
Igualmente, contra esta compañía se han presentado múltiples demandas por parte
de las víctimas, “demandas de más de 4.000 colombianos contra Chiquita
Brands International, quienes arguyen que financió a un grupo paramilitar de
Colombia que presuntamente asesinó a sus familiares”[5].
En estos casos, sale a relucir el recuerdo de la masacre de las
bananeras, masacre que pasó a la historia en medio de una gran nube de
impunidad. Este acontecimiento del pasado sirve como un referente para
interpretar algunas continuidades que aún se evidencian en la zona bananera.
Para conservar vivo el recuerdo de la masacre, es importante
considerar cómo se construyó memoria acerca de esta. La literatura resultó útil
para dar a conocer versiones sobre lo acontecido y para darle un reconocimiento
en el escenario público.
La literatura
colombiana como vehículo de la memoria: La masacre de las bananeras en Cien años de Soledad
La literatura tiene la propiedad de
poderse debatir entre la realidad y la ficción, aún las novelas históricas
hacen reconstrucciones sobre un hecho, pero pueden valerse de recursos
literarios, de la imaginación del autor y de la ficción para nutrir,
complementar, darle un tono
diferente y una voz propia al
relato.
Es el caso de Cien años de soledad una novela con mucho de ficción y de realidad,
del nobel de literatura colombiano Gabriel García Márquez, publicada en 1967.
En esta novela se mencionan muchos acontecimientos de la historia de Colombia,
por ejemplo las guerras civiles, sin embargo, para el presente trabajo, nos
enfocaremos en aquellos fragmentos
alusivos a la instalación de la Compañía bananera en Macondo, pueblo en el que
está centrada la narración de la obra literaria y que a pesar de ser un pueblo
imaginario está inspirado en los pueblos del Magdalena, región de la que es
proveniente el autor.
A lo largo de la novela se dibujan en
Macondo las trasformaciones que implantó la compañía bananera. Un pueblo
tradicionalista, que no había entrado a la modernidad, que no contaba con vías
de comunicación, con una economía agraria y de oficios tradicionales: tenían
animales, cultivaban, trabajaban desde talleres en sus casas… de un momento a
otro ese mismo pueblo vio entrar el ferrocarril, y con él nuevas formas de subsistir.
“Desde
que el ferrocarril fue inaugurado oficialmente y empezó a llegar con
regularidad los miércoles a las once […] se vieron por las calles de Macondo
hombres y mujeres que fingían actitudes comunes y corrientes, pero que en
realidad parecían gente de circo. En un pueblo escaldado por el escarmiento de
los gitanos no había un buen porvenir para aquellos equilibristas del comercio
ambulante que con igual desparpajo ofrecían una olla pitadora que un régimen de
vida para la salvación del alma al séptimo día” (García, 2007: 259).
Igualmente, las plantaciones de banano
modificaron el paisaje de este pueblo, detrás de un alambrado se ubicaba un
escenario totalmente diferente al que predominaba en Macondo, esto se evidencia
en un fragmento de la obra, en el cual Meme[6] hace
un viaje para atravesar la región, en él resaltan las diferencias entre el
mundo de los extranjeros dueños de las plantaciones y el de los habitantes del
pueblo que se ubicaba al margen de estas y se tiñe de miseria:
“Meme
apenas se dio cuenta del viaje a través de la antigua región encantada. No vio
las umbrosas e interminables plantaciones de banano a ambos lados de las
líneas. No vio las casas blancas de los gringos, ni sus jardines aridecidos por
el polvo y el calor, ni las mujeres que jugaban barajas en los pórticos. No vio
las carretas de bueyes cargadas de racimos en los caminos polvorientos. No vio
las doncellas que saltaban como sábalos en los ríos transparentes para dejarles
a los pasajeros del tren la amargura de sus senos espléndidos, ni las barracas
abigarradas y miserables de los trabajadores […] y en cuyos portales había
niños verdes y escuálidos sentados en sus bacinillas, y mujeres embarazadas que
gritaban improperios al paso del tren” (García, 2007: 335).
Detalles como los anteriores en la obra
sirven para evidenciar cómo la población era afectada por el “progreso” que la
compañía bananera prometía, progreso que se evidenció en sus plantaciones y
para las personas que la componían, pero que implicó el detrimento de las
condiciones de vida de los trabajadores.
El relato que refiere a la masacre de las
bananeras se introduce mediante un personaje de la obra, José Arcadio Segundo[7],
quien incita a la huelga de los trabajadores de la compañía bananera.
“Los
obreros aspiraban a que no se les obligara a cortar y embarcar banano los
domingos, y la petición pareció tan justa que hasta el padre Antonio Isabel intercedió
a favor de ella porque la encontró de acuerdo con la ley de Dios” (García,
2007: 337).
Esto da cuenta de la participación de un
representante del clero a favor de los trabajadores, sobre este punto
retomaremos más adelante.
Según el relato de Cien años de soledad, un año después de haber estallado la huelga,
la inconformidad de los trabajadores aumentaba debido a ineficiencias en cuanto
a las condiciones de las viviendas, los servicios médicos y las condiciones de
trabajo; otro factor era la forma de pago, pues no se hacía mediante dinero en
efectivo sino con vales que sólo podían ser redimidos en los comisariatos de la
compañía. Esto se menciona como el contenido de algunos puntos que se
reclamaban en el pliego de peticiones de los huelguistas. Al respecto,
encontramos que la reconstrucción de este hecho tal como se hace en la obra
literaria conserva muchas similitudes con las condiciones de la huelga que tuvo
lugar en Ciénaga, pues, como se mencionó previamente, los trabajadores se
manifestaban, entre otros motivos, por mejores condiciones higiénicas, seguros
y la cancelación de los comisariatos.
Los huelguistas de Cien
años de soledad, redactaron un pliego de peticiones unánime, el cual
lograron hacer firmar por uno de los representantes más conocidos de la empresa
y por el presidente de la compañía bananera, identificado en la obra con el
nombre de Jack Brown quien puso una serie de problemas a los trabajadores para
la resolución del pliego, tales como no comparecer ante los jueces y divulgar
un falso certificado de defunción. Frente a esto, los trabajadores llevan sus
quejas ante los tribunales supremos.
“Fue
allí donde los ilusionistas del derecho demostraron que las reclamaciones
carecían de toda validez, simplemente porque la compañía bananera no tenía, ni
había tenido nunca ni tendría jamás trabajadores a su servicio, sino que
reclutaba ocasionalmente y con carácter temporal” (García, 2007: 342).
En Cien
años de soledad se narra también la entrada del ejército al pueblo, con el
objetivo de restablecer el orden público. “Entonces se asomó a la ventana y los
vio. Eran tres regimientos cuya marcha pautada por tambor de galeotes hacia
trepidar la tierra” (García, 2007: 343).
Así, empieza a narrarse cómo se propició
la masacre:
“La
situación amenazaba con evolucionar hacia una guerra civil desigual y
sangrienta, cuando las autoridades hicieron un llamado a los trabajadores para
que se concertaran en Macondo. El llamado anunciaba que el Jefe Civil y Militar
de la provincia llegaría el viernes siguiente, dispuesto a interceder en el
conflicto. […] Hacia las doce, esperando un tren que no llegaba, más de tres
mil personas, entre trabajadores, mujeres y niños, habían desbordado el espacio
descubierto frente a la estación y se
apretujaban en las calles adyacentes que el ejército cerró con filas de
ametralladoras” (García, 2007: 345).
Un teniente del ejército leyó el Decreto
Número 4 del Jefe Civil y Militar de la provincia que había sido firmado por el
general Carlos Cortés Vargas y facultaba al ejército para matar a los
huelguitas a bala. El capitán dio cinco minutos a la muchedumbre para retirarse
antes de dar la orden de disparar, las personas permanecieron en sus lugares y
pasados los cinco minutos, “el capitán dio la orden de fuego y catorce nidos de
ametralladoras le respondieron en el acto” (García, 2007: 346).
En la obra, el personaje que presenció la
masacre sobrevive, José Arcadio Segundo es transportado en un tren en el que
recogieron todos los muertos para tirarlos al mar. Logra saltarse del tren y
empieza a caminar hacia Macondo de nuevo, al entrar al pueblo, llega a varias
casas en que lo atienden y al comunicar sobre lo acontecido, recibe negativas
como respuesta, las personas en el pueblo niegan que haya ocurrido una masacre,
en la que según José Arcadio Segundo, hubo como tres mil muertos.
“-Debían
ser como tres mil – murmuró.
-¿Qué?
-Los
muertos –aclaró el-. Debían ser todos los que estaban en la estación.
La
mujer lo midió con una mirada de lastima. <<Aquí no ha habido
muertos>>, dijo” (García, 2007: 350).
Este último hecho ubica al lector en el
impacto que tuvo la masacre sobre la población de Ciénaga. Si bien las cifras
oficiales son inconsistentes (el primer informe mencionaba apenas ocho
muertos), eso evidencia una negativa por parte de las autoridades de
responsabilizarse por lo acontecido, tratando de borrar su crimen tiraron los
muertos al mar y dieron persecución a los líderes y a los sobrevivientes.
Igualmente entre la población hay una negativa (puede ser infundida por el
temor) o una desinformación, ambas cosas expresan la capacidad de la compañía y
de las autoridades de imponerse sobre una población para que, pese a todos sus
abusos, siga legitimando su accionar.
La
masacre de las bananeras en el teatro: La
Denuncia
En el teatro al igual que en la
literatura se pueden representar muchos acontecimientos históricos, haciendo
uso de un carácter ficcional para su transmisión, estos pueden considerarse una
reproducción de la vulgata histórica,
según lo planteado por Pécaut.
La Denuncia es
una obra escrita por Enrique Buenaventura, publicada en 1973, dentro de una
nueva perspectiva que va adquiriendo el teatro, según el autor, “el movimiento
teatral colombiano, después de una etapa de búsquedas heterogéneas y de una
relativa formación de actores y de directores, ha dirigido su indagación –en un
número considerable ya de intentos- hacia la historia nacional” (Buenaventura,
2010: 94).
El trabajo de elaboración de La Denuncia se nutrió de documentos
oficiales, archivos y aportes a la historiografía, estuvo acompañado de
historiadores. Por lo que la reproducción de la historia de las bananeras que
se hace en esta obra de teatro trasmite elementos extraídos del relato
“propiamente histórico”.
La obra incluye un aspecto del que toma
su nombre, se fundamenta en la denuncia hecha por Jorge Eliecer Gaitán, un año
después de la masacre, ante la Cámara de Representantes, sin embargo, no agota
solamente este recurso, también reproduce
cómo se formó la huelga, qué actores estaban en contraposición, y cómo esto
llevó a que el desenlace de la huelga fuera una masacre.
La importancia para el autor de dar a
conocer los eventos relacionados a la huelga se concentran en lo que la misma
representó en esa época para el país y para la clase obrera:
“La
huelga muestra por un lado, cómo la penetración imperialista acelera el cambio
del país ‘aldea’, del país exportador de quina, caucho, cacao, café, etc. e
importador de productos manufacturados, a país productor de manufacturas, a
país ‘ciudad’” (Buenaventura, 2010: 98).
Este hecho nos remite a lo que ya antes
mencionamos acerca del paisaje que García Márquez hace de la transformación de
Macondo, de sus contrastes.
“La
huelga muestra, por otro lado, la naciente clase obrera como la única clase
radicalmente anti-imperialista que se opone a que los elementos de progreso que
trae el imperialismo: la técnica, la organización moderna, empresarial, la
producción en grande, etc. etc., se amolden al dominio del gran latifundio,
pacten con la aldea y se conviertan, a la larga, en más dependencia”
(Buenaventura, 2010: 98).
En la obra resaltan algunos personajes,
cuyos nombres y roles compaginan con los reales, aparece Jorge Eliecer Gaitán
como el representante que defiende desde el derecho y pide que el problema no
se mezcle con los asuntos económicos. También aparece Alberto Castrillón, quien
impulsa y organiza la huelga. En la obra se deja en claro que Castrillón conoce
a importantes líderes como Torres Giraldo y Mahecha, que han participado en
congresos obreros y en otras huelgas
como la huelga de braceros de Barranquilla.
Se hace mención a otros personajes que
históricamente se reconoce, estuvieron organizando la huelga y que pedían la
resolución del pliego de peticiones, ellos son Erasmo Coronel, Pedro del Río y
Nicanor Serrano.
Por otro lado, la contraparte de la
huelga se representa en el personaje del General Cortés Vargas, de Mr. Herbert
y de Mr. Brandshaw como representantes de la UFC, de Cesar Riascos un
propietario de fincas de la zona y de la viuda de Dávila, una mujer proveniente
de una familia exportadora de banano que hace vínculos económicos con los
representantes de la UFC.
Resalta el personaje del Padre Angarita,
un representante del clero que enfrentó al general Cortés Vargas:
“Yo
me fui a la cárcel y me estuve tres días y tres noches en la puerta. Vino el
abaleo de Ciénaga, vino el abaleo de Sevilla, vinieron matanzas en otras
ciudades, pero no pudieron matar los cuarenta presos. Me llevaron ante Cortés
Vargas. Él me dijo: ‘¡Huelguista!’. Yo le dije: ‘¡Asesino!’” (Buenaventura,
2010: 42).
Este personaje nos remite al personaje de
Cien años de soledad, el padre Antonio
Isabel, quien también defendió a los huelguistas.
Es importante considerar que en la época de
la masacre estaba vigente la hegemonía conservadora, de hecho, el presidente de
turno, Miguel Abadía Méndez, fue el último mandatario de este periodo (1886-1930).
Por eso la iglesia era una fuerte aliada del Estado y compaginaba con la
posición del gobierno; por estas razones, resalta que en ambas obras se
mencione el hecho de que representantes de la iglesia católica apoyaban a los
huelguistas, como una evidencia de un cambio estructural que se quería gestar,
varios sectores de la sociedad estaban en desacuerdo con la forma de operar de
las élites.
Por otro lado, resalta en la obra la
caracterización tanto de la forma de contratación de los trabajadores como las
exigencias que estos hacían por medio de la huelga.
Por un lado, se hace mención de la forma
de vinculación laboral por medio de contratistas, el personaje de Mr. Herbert lo
dice de la siguiente forma:
La
compañía propiamente no se entiende directamente con los trabajadores, es un
problema técnico, la compañía se entiende con los contratistas y los contratistas
con los trabajadores (Buenaventura, 2010: 26).
En el contrato, se establece que los
trabajadores no se deben considerar como obreros de la UFC y que por lo tanto
renuncian a las prestaciones exigidas por la ley.
Por otro lado, en la voz del personaje de
Alberto Castrillón, miembro del Partido Socialista Revolucionario se hacen las
exigencias, en primera instancia se exige el reconocimiento de las prestaciones
sociales y los contratos colectivos, el seguro obligatorio por enfermedades y
la supresión de los comisariatos.
Los personajes de los peones y de los
obreros exigen mejores condiciones de pago a la compañía que cada vez se
enriquece más, mientras ellos siguen estando obligados a recibir su salario en
vales que se pueden redimir solamente en los comisariatos de la compañía.
La obra termina sin resolución alguna de
la situación de los huelguistas, el proceso de Castrillón, liderado por la
representación de Jorge Eliecer Gaitán no concluye, simplemente se recuerda al
final que:
así
se sembraron en 1928…en la tierra abonada con sangre de la zona bananera…las
semillas de nuestra clase obrera…y las semillas de otra clase, de la clase de
los industriales en la tierra abonada con sangre y con empréstitos. Y quedaron
los árboles viejos con sus inmensas raíces en el suelo. Las luchas del presente…y
las victorias del futuro…surgen de aquella siembra (Buenaventura, 2010: 77-78).
Este último fragmento le da trascendencia
a la huelga y a la masacre, rescata la importancia que tuvo este hecho para la
consolidación, la definición y el reconocimientos de las futuras luchas de la
clase obrera colombiana, además en el mismo fragmento se evidencia la impunidad
frente a tanta sangre derramada en la región y cómo se dejó pasar este hecho
sin mayores implicaciones o consecuencias para los culpables, que las condiciones
sociales, económicas y políticas no se vieron reevaluadas a partir del trágico
hecho, por el contrario, la nueva oligarquía, la nueva clase de industriales,
continuó con su operar monopolizador en esta zona.
Conclusiones
Lo expuesto en el contexto permite
interpretar la huelga según las condiciones específicas de la Zona Bananera en
Ciénaga para 1928. Igualmente da evidencias del movimiento obrero en Colombia
en aquella época. A través de la contextualización es posible esclarecer cómo
era la relación que establecía la compañía frutera con sus trabajadores y
cuáles eran las justificaciones de la huelga. Finalmente, en el contexto se da
cuenta del accionar del ejército colombiano que ejecutó la masacre para dar fin
a la huelga y para hacer frente a la supuesta amenaza comunista, que el
gobierno conservador de Miguel Abadía Méndez tanto temía.
En el ejercicio realizado a partir de las
dos obras, el cual fue presentado en dos secciones, una dedicada a la
literatura y otra al teatro, encontramos algunas similitudes que ayudan a
comprender la situación en la época, el contexto social, económico y político y
que nos lleva a definir algunos de los hechos más relevantes para interpretar
la huelga de los obreros de la Zona Bananera y su desenlace en masacre.
Tanto en Cien años de soledad como en La
denuncia se utilizan formas de narrar que resaltan la injusticia en torno a
la masacre de las bananeras, el sometimiento de un pueblo ante una
multinacional y la inoperancia del Estado para garantizar las condiciones
adecuadas de vida, la seguridad y protección a los ciudadanos. Se hace énfasis
en la corrupción como parte de la personalidad de los militares, los miembros
de la compañía y los representantes del gobierno.
Hay personajes en común, que incluso con
el nombre real aparecen en las obra, uno de ellos es el General Cortés Vargas,
quien le da rostro a las decisiones deficientes y crueles del gobierno frente a
los trabajadores. Por otro lado están los gerentes de la compañía frutera, como
Mr. Brandshaw.
La representación de los obreros y
huelguistas en ambas obras es más impersonal, resaltan solamente unos cuantos
personajes como Alberto Castrillón en La
Denuncia y José Arcadio Segundo en Cien
años de soledad. El primero coincide con un líder de la huelga que tuvo
lugar en Ciénaga, conservando la veracidad del acontecimiento histórico; el
segundo es un personaje en el que se mezclan ficción y realidad. Por las
características que dotan a José Arcadio
Segundo en la obra, su rol podría incluso compararse al de Alberto Castrillón,
liderando a los trabajadores, huyendo de la persecución por parte del ejército.
Los demás participantes de la huelga y
los presentes en la masacre no son identificados de manera personalista porque
su propiedad es actuar como masa, como un todo que fue sometido en las mismas
condiciones en un mismo evento. Por eso se les identifica como “la huelga”,
“los huelguistas”, “la muchedumbre”.
Como se mencionó, en ambas obras se hace
alusión al apoyo a la huelga por parte de algún miembro del clero, este hecho,
considerando el contexto de la época, es definitivo debido al panorama
conservador que predominaba. La vinculación de un padre en defensa de los
trabajadores denota que la causa era justa, en defensa legítima del bien común y de los valores que desde la
iglesia se pregonan; además también significa que un nuevo ambiente político se
estaba gestando, tanto así como para permear diferentes sectores de la
sociedad.
Otro elemento fundamental en las
narraciones que hemos considerado para el presente trabajo es el pliego de
peticiones. En ninguna de las dos obras se hace un recuento de todos los puntos
incluidos en ese pliego que se presume, serían nueve; sin embargo, se hace
mención a algunos puntos específicos sobre los que los huelguistas ejercían especial
presión, como los contratos colectivos, las prestaciones sociales (sobre todo
lo referente a la salud), las condiciones higiénicas y el cese de los
comisariatos.
En ambas obras predomina, tras la
masacre, el ambiente de impunidad. Aunque en La denuncia se hace mención al proceso que frente a la Cámara de
Representantes llevó Jorge Eliecer Gaitán para procesar justamente a Castrillón
y condenar a Cortés Vargas; en Cien años
de soledad, se utiliza otro recurso
para mencionar cómo la masacre pareció no tener mayores implicaciones, ni
siquiera entre la población de la región, la cual se da por desentendida sobre
ese hecho.
Ambas obras son importantes para
conservar la memoria de la masacre de las bananeras de 1928 como un hecho que
marcó la historia del país, que tuvo una trascendencia y que le recuerda al
país los abusos cometidos con sus trabajadores y obreros, de esta forma crean
discursos alternos al oficial, el cual ha perpetuado la impunidad y el olvido
histórico. Abre la discusión sobre el panorama actual en torno a diversos temas
como la soberanía nacional frente a la intervención extranjera, el imperialismo
y los monopolios económicos, las posibilidades de los movimientos obreros, la
legalidad sometida y masacrada de los sindicatos, entre otros.
Referencias
Libros,
capítulos de libros
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en los años veinte: la masacre de las bananeras” en “Las guerras civiles desde
1830 y su proyección en el siglo XX”. Memorias de la II cátedra anual de
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183-207.
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enclave agrícola en la zona bananera de Santa Marta” en “Cuadernos Colombianos”.
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CITEB. Fundación Festival Teatro de Cali. p. 93-118.
García Márquez, Gabriel (2007). “Cien años de Soledad”. Madrid,
Edición conmemorativa.
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(IEP), Serie Estudios sobre memoria y violencia.
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imposible, olvido imposible” (Conferencia pronunciada en Lima).
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la literatura colombiana” en Mauricio Archila y Leidy Jazmín Torres (Eds) “Bananeras:
huelga y masacre 80 años”. Bogotá,
Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Derecho, Facultad de Ciencias
Humanas, Grupo de Trabajo Realidad y Ficción. p. 193-227.
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memoria. Discursos morales durante la primera fase de la violencia
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Revistas
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Olvera, Margarita (2009). “Notas sobre la relación entre
tiempo, historia y memoria como problema historiográfico”. En: Acta sociológica,
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Prensa Rural, 6 de diciembre. Versión
en Línea: http://prensarural.org/spip/spip.php?article1726. Fecha de Consulta:
septiembre 23 de
2012.
[1] El presente artículo
tiene su origen en un trabajo elaborado para la asignatura “Memoria, historias,
sociedades”, ofrecida como Electiva Profesional en el programa de Sociología,
Universidad del Valle. La asignatura fue coordinada por Alberto Valencia
Gutiérrez, correo electrónico: alberto.valencia@correounivalle.edu.co
[2] Ver Asociación Campesina de
Antioquia (2009). “La Masacre de las Bananeras y el movimiento campesino”
Boletín No. 10. Disponible en página WEB:
http://www.acantioquia.org/index.php?option=com_content&view=article&id=145:la-masacre-de-las-banane.
(Consultada el 19 enero de 2012).
[3] Muestra de esta producción es el
estudio de Fernando Botero y Álvaro Guzmán sobre el enclave agrícola en la zona
bananera. Hace un recuento detallado de las condiciones de explotación y
monopolio que manejó la United Fruit Company en la región y los sucesos que
desencadenaron la huelga y posteriormente la masacre (ver: Botero, Fernando;
Guzmán Barney, Álvaro. “El enclave agrícola en la zona bananera de Santa Marta”
en Cuadernos Colombianos. Tomo III,
segundo trimestre de 1977. La carreta Literaria, Medellín, Colombia).
Igualmente, la monografía de Judith White titulada Historia de una ignominia: la United Fruit Co. en Colombia, publicada
en 1978 es otro trabajo de la época en el cual se consideran las condiciones
que propiciaron la huelga y las consecuencias de la masacre como objeto de
estudio.
[4] Ver: “Demandan a Chiquita Brands
por presuntos nexos con FARC y ‘paras’” en El
Espectador (Bogotá). 22 de marzo de 2011.
[5] Ver: “Juez deja en firme demanda
de colombianos contra Chiquita Brands” en El
Espectador (Bogotá). 3 de junio de 2011. “Paraeconomía con Chiquita Brands
se abre la 'paraeconomía” en El
Espectador (Bogotá).10 de diciembre de 2012.
[6] Personaje
ficticio de la novela Cien años de
soledad. Se menciona en la novela que su nombre es Renata Remedios Buendía,
en la obra es hija de los personajes Aureliano Segundo Buendía y Fernanda del
Carpio.
[7] Personaje ficticio
de la novela Cien años de soledad. Es
referenciado como nieto de los fundadores de Macondo. Aparece como líder de la
huelga de los trabajadores bananeros.
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