Resumen: Puesto que el concepto de revolución es definido de distintas maneras y por diversos autores (Hannah Arendt, Gianfranco Pasquino, Guy Rocher, entre otros) resulta difícil lograr una conceptualización unívoca; la variedad de elementos que la componen y la función que se les quiere otorgar hacen mas compleja su definición. El artículo pretende dar una sucinta mirada a éste concepto en su acepción política: origen del término, algunas precisiones sobre las diferencias del concepto de revolución con los de rebelión y golpe de estado; la violencia como uno de los elementos comunes de dichos conceptos, y algunas apreciaciones sobre la actualidad del tema.
Palabras clave: Revolución, rebelión, golpe de estado, violencia, Hannah Arendt.

Mauricio Jaramillo Rincón [1]
Ciencia Política, estudiante de 8º semestre
Universidad de Antioquia
mauricioj86@gmail.com
Reflections about the concept of revolution: a short review of
literature about the topic
Recibido:
octubre 2012 Evaluado: noviembre 2012 Aceptado: diciembre 2012
Abstract:
Revolution has different
meanings and by different authors (Hannah Arendt, Gianfranco Pasquino, Guy
Rocher, among others), and it is difficult getting an only conceptualization of
it at the rate of the variety of its components and the role they want grant. This
occurs as result of the elements which compose it and the function which is
given. Due to the ambiguity of the concept of revolution, this article pretends
to show a brief look to this concept in its political sense. In this way, it
talks about the term of the origin of revolution and some differences of the
concept of revolution, concept of rebellion and putsch or coup d'etat. Moreover, trying to the violence as one of the most
common elements of these concepts, followed by some insights on the subject today.To finish, with some general conclusions.
Keywords:
Revolution, rebellion, coup
d’etat, violence, Hannah Arendt.
Introducción
Según Hannah
Arendt, el concepto de revolución ha estado presente en el lenguaje político
desde al menos el siglo XVII, en donde se refería a una restauración, pero
obtiene una nueva significación en la edad moderna, pasando a denotar un
cambio; una ruptura con un estado de cosas anterior. Pero también ha sido
utilizado por fuera del ámbito político (el término como tal proviene de las
ciencias naturales, específicamente de la astronomía con los estudios de
Nicolás Copérnico), tornándose ambiguo debido a su utilización para señalar
cambios en diferentes áreas (política, cultura, tecnología, moda). Por otro
lado, en la actualidad se asiste a una serie de acontecimientos políticos y no
políticos que muchos catalogan de revolución, lo que muestra la ligereza con
que el término se usa y lo ambiguo que es.
Entre tanto, cambios
políticos se siguen presentando en distintas partes del mundo; en lugares con
diferentes sistemas políticos, creencias y culturas; y así mismo varían los
medios y los fines que se pretenden, con algo en común a todos, o al menos a la
mayoría: Se les denomina o se autodenominan revolución. Esta realidad es la que
hace importante revisar nuevamente la configuración del concepto, junto con sus
cambios y problemas.
Es de anotar
que la selección de la literatura utilizada se debe a que la considero
apropiada para una introducción al tema. Por otro lado, el énfasis que hago en
Hannah Arendt se debe a que este trabajo es parte del rastreo inicial para un
proyecto más extenso sobre la autora y su concepto de revolución, ya que el
libro Sobre la Revolución, donde
trata el tema, es bastante criticado principalmente por la superioridad que le
otorga a la Revolución Americana sobre la Revolución Francesa y todas las que
se basaron en esta última. Además, se le critican los elementos que según ella
debe tener una revolución.
Entre tanto, este
artículo no pretende hacer un estudio exhaustivo del concepto de revolución ni
analizar un hecho específico, sino sólo mostrar sucintamente algunas de las
dificultades que presenta y hacer ciertas precisiones que pueden ayudar a
dilucidarlo. Para ello, comenzaré por la contextualización de los orígenes del
concepto de revolución, seguido de una diferenciación teórica de éste con
conceptos como los de rebelión o revuelta, y el de golpe de estado; luego me
referiré a la actualidad del tema, para finalizar con unas conclusiones
generales.
Orígenes del concepto de revolución
Para empezar a
hablar sobre el concepto de revolución es necesario hacer una contextualización
del tema, mirando un poco sobre su historia, sus significados iniciales y las
dificultades que presenta, para lo cual me apoyaré especialmente en lo
planteado por Hannah Arendt y así formarnos una idea del tema.
De acuerdo con
la filósofa alemana Hannah Arendt en su libro Sobre la Revolución(1998:11),
guerras
y revoluciones han caracterizado hasta ahora la fisionomía del siglo XX. (…) la
guerra y la revolución constituyen aún los dos temas políticos de nuestro
tiempo. [Pero] desde un punto de vista histórico, la guerra es tan antigua como
la historia del hombre, en tanto que la revolución en sentido estricto no
existió con anterioridad a la Edad Media; de todos los fenómenos políticos más
importantes, la revolución es uno de los más recientes.
El hecho de
que Arendt sitúe a la revolución como uno de los conceptos más recientes en
comparación con la guerra, en ningún caso significa que el tema de la
revolución no haya sido objeto de
conceptualización y de teorías,-tanto a favor como en contra de la revolución
como concepto y de las revoluciones ocurridas a lo largo de la historia-, desde
diferentes ramas del conocimiento (filosofía, historia, derecho, sociología,
ciencia política, etc.), cada una con su enfoque sobre un aspecto de la
revolución. Por ejemplo, la ciencia política la estudia desde los cambios
políticos que esta produce, el derecho, desde las consecuencias que acarrea
sobre la normatividad y la sociología analizando el proceso revolucionario y
los cambios sociales que puede generar –y que de hecho genera- (en el capítulo El proceso revolucionario del libro Introducción a la Sociología, Guy Rocher
lo describe de manera breve; igualmente lo hace Pitirim Sorokin en Sociedad, Cultura y Personalidad, en el
capítulo Fluctuación de los cambios
ordenados y desordenados de los grupos). Pero sin mucho detenimiento, es posible observar
que los distintos enfoques desde donde se le estudia, están interconectados.
Cabe aclarar que, según el profesor de la Universidad de Bologna,
Maurizio Ricciardy,
definir
el concepto político de “revolución” ha resultado problemático desde que el
término tuvo una difusión casi universal y fue aplicado a casi todos los
eventos a los que se les atribuye un significado de cambio extremo y radical.
En el vocabulario de las transformaciones históricas y políticas el término “revolución”
ha ocupado una posición relevante a partir del siglo XVII y ha tenido un rol
determinante desde finales del siglo XVIII. (…) El multiplicarse de las revoluciones
y de las teorías revolucionarias se volvió el signo de una fragmentación del
concepto, que ha terminado por negarle el hecho de estar específicamente
dirigido al futuro, mucho más que a cualquier otro concepto político. (Ricciardi,
2009: p. 2, párr. 1).
Además, dice el abogado y profesor español Francisco Ballesteros Villar
(1975) que,
las
desviaciones que del concepto político de revolución han hecho unos y otros
parecen aconsejar el que nos detengamos unos instantes para reconsiderar qué
sentido tiene la revolución. Esta encierra y contiene un concepto político que,
como todos los de esta ciencia, es manipulado por la conversación coloquial,
por los intereses y por las fuerzas políticas, dándole sentidos muy diversos y
hasta contradictorios. Por el contrario, y al igual que los demás conceptos de
la ciencia política, debemos averiguar el sentido unívoco para utilizarlo en su
concepción más prístina.
De lo dicho
por los citados autores se pueden ver las dificultades que presenta el concepto
de revolución frente a su definición, producto de la utilización que de éste se
ha hecho, especialmente en su acepción política, y lo que de su significado
inicial se ha perdido (a juicio del profesor Ricciardy).
Ahora bien, el
término revolución[2]
se remonta a antes de la Edad Moderna, aunque para la época tenía un
significado completamente diferente al que se le da en la modernidad. Dice
Hannah Arendt (1988: 43) que,
en sus orígenes la palabra
<<revolución>> fue un término astronómico que alcanzó una importancia
creciente en la ciencias naturales gracias a la obra de Copérnico De revolutionibus orbium coelestium.
Dicho término,
que designaba un movimiento regular y no se caracterizaba ni por la novedad ni
por la violencia (Arendt, 1988: 43),
implica que,
según esta misma autora, (1988: 21)
las
revoluciones, cualquiera sea el modo en que las definamos, no son simples
cambios. Las revoluciones modernas apenas tienen nada en común con la mutatio
rerum de la historia romana, o con (…) la lucha civil que perturbaba la vida de
las polis griegas. No pueden ser identificadas con la metabolé de Platón, es
decir, la transformación cuasi natural de una forma de gobierno en otra, ni con
(...) [para Polibio] el ciclo ordenado y recurrente dentro del cual transcurren
los asuntos humanos, debido a la inclinación del hombre para ir de un extremo
al otro.
En la antigüedad, estos cambios no interrumpían el
curso de la historia, no había un nuevo origen, sino que era el paso a un ciclo
diferente, ordenado por la naturaleza, es decir, inmutable. (Arendt, 1988: 22).
El término
empieza a utilizarse como una metáfora en la política y es
en el siglo XVII, cuando por primera vez
encontramos la palabra empleada en un sentido político, su contenido metafórico
estaba aún más cerca del significado original del término, ya que servía para
designar un movimiento de retroceso a un punto preestablecido y, por extensión,
de retrogresión a un orden predestinado. (Arendt, 1988: 44).
Aunque, el
italiano Maurizio Ricciardi (2009) es más específico al situarlo
en
las crónicas florentinas de los hermanos Villani, [en donde], el término asume
el significado de cambio político y niega el orden instituido, sea en el
interior de la república, sea en las relaciones internacionales. Aquí no se
encuentra ya en primer plano la metáfora astronómica, sino más que nada el cambio inesperado y
violento que se da en el interior de las relaciones políticas.
Arendt, al
advertir que todas las revoluciones anteriores a la edad moderna[3],
tenían ante todo como fin una restauración en vez de la implantación de un
nuevo orden,-incluso las revoluciones americana y francesa en sus inicios-,
introduce el elemento de contingencia que es ineludible en el curso de las
revoluciones; es decir, la revolución nace en el curso de los acontecimientos,
cuando los protagonistas[4]
se dan cuenta que han desatado algo que escapa a su control, lo que
constituye la “brecha” que no tiene precedente ni meta certera. (…) Es
durante su transcurrir que sus protagonistas, llegaron, casi sin proponérselo,
al inicio de una nueva etapa histórica y a buscar extenderla para la
posteridad, “imbuidos en la contingencia y fragilidad de sus actos”. (Galindo
Lara, 2005: 37).
De esta
manera, ni los revolucionarios franceses ni americanos pretendieron
inicialmente instaurar un nuevo orden, un orden totalmente distinto, lo que
demuestra el carácter contingente dado por la falta de cálculo y anticipación
de las consecuencias de sus actos, lo que también los imposibilita sobre el control
de los efectos de sus acciones. Siguiendo a Claudia Galindo (2005: 38-39):
En el
curso de los acontecimientos las revoluciones fueron adquiriendo un sentido
diferente. Por ello Benjamín Franklin confiesa nunca haber escuchado a nadie en
Norteamérica decir que su participación tuviera la finalidad de lograr la
separación de las colonias respecto de Inglaterra. (…) [estaban] más apegados
los corazones a la idea de restauración que al abismo infinito de la
revolución.
O como lo
expresa Tocqueville para el caso francés: “se hubiera podido pensar que el
propósito de la revolución en marcha no era la destrucción del Antiguo Régimen
sino su restauración” (Galindo Lara (cf.), 2005: 39), donde se propusieron
inicialmente restaurar la viejas libertades conculcadas por las monarquías.
Pero es con la
Revolución Francesa que se empieza a entender la revolución en su concepción
moderna. Siguiendo nuevamente a Hannah Arendt (1988: 49),
la
fecha fue la noche del catorce de julio de 1789, en París, cuando Luis XVI se enteró
por el duque de La Rochefoucauld-Liancourt de la toma de la Bastilla, la
liberación de algunos presos y la defección de las tropas reales ante un ataque
del pueblo. (…) [Aunque] el movimiento es concebido todavía a imitación del
movimiento de las estrellas, pero lo que ahora se subraya es que escapa al
poder humano la posibilidad de detenerlo y, por tanto, obedece sus propias
leyes.
Es decir, la
revolución empieza a ser entendida como un cambio, un punto de inflexión,
ruptura, quiebre con un estado de cosas anterior.
Como es
posible ver, el significado del concepto de revolución antes de la modernidad
era completamente opuesto a lo que hoy entendemos por éste, ya que en sus
inicios se entendía como un retroceso, una restauración, mientras que en la modernidad
se empieza a entender como un cambio hacia el futuro, en el que el elemento de
la contingencia tiene un papel importante dada la imposibilidad de prever todas
las consecuencias de los actos que conducen al cambio.
Dicho lo
anterior, es pertinente observar las diferencias que tiene el concepto de
revolución con conceptos como los de rebelión o revuelta y golpe de estado,
pues entre ellos hay ciertos elementos que comparten.
Algunas precisiones sobre el concepto de revolución
Ahora pretendo
mostrar algunas de las diferencias que existen desde la teoría entre los
conceptos de revolución, rebelión o revuelta y golpe de estado, debido a que en
ellos se encuentran elementos comunes, como la posibilidad de ejercerse
mediante la violencia, pero que difieren en el grado de utilización de ésta.
Además, difieren en los fines que buscan y su duración en el tiempo.
Según el
abogado y profesor argentino Dante Cracogna, el uso de la palabra revolución es
promiscuo o por lo menos equívoco, a lo que suma lo que dice Crane Brinton:
Revolución es una de las palabras más ambiguas: la
gran Revolución Francesa, la Revolución Americana, la Revolución Industrial,
una revolución en Honduras, una revolución social, una revolución en nuestro
pensamiento, en el vestuario femenino o en la industria del automóvil…[5]
(Cracogna (c.f), 1986: 59).
Por esta
razón, es preciso hacer ciertas aclaraciones sobre el concepto de revolución, y aún más sobre su acepción
política, pues se tiende a confundirlo con otros conceptos como los de golpe de
estado, rebelión o revuelta, pues son diferentes en las reclamaciones, en el
tiempo (duración), en el espacio y en el nivel de violencia que se utiliza.
Entonces,
partiré de una definición amplia del concepto de revolución como la que nos
ofrece el politólogo italiano Gianfranco Pasquino (2002: 1412):
La revolución es la tentativa acompañada del uso de
la violencia de derribar a las autoridades políticas existentes y de
sustituirlas con el fin de efectuar profundos cambios en las relaciones
políticas, en el ordenamiento jurídico-constitucional y en la esfera
socioeconómica.
Ahora, también
hay que decir que la revolución es autoritaria, ya que intenta obtener por la
fuerza “lo que la razón, la opinión y el consenso no pudieron procurar.” (Bravo,
2002: 34).
Por su parte,
la rebelión o revuelta se diferencia de la revolución porque generalmente está
circunscrita a un área geográfica determinada, es un movimiento popular, no
presenta una ideología ni busca la subversión total de un orden establecido,
sino que apunta a una satisfacción inmediata de reivindicaciones políticas o
económicas, por lo que se puede aplacar con la sustitución del titular de un cargo
o con concesiones económicas (Pasquino, 2002: 1412).
Entonces, según
Gianmario Bravo (2002: 34), profesor italiano de historia del pensamiento
político, la rebelión, “es la
manifestación imprevista y violenta, la mayor parte de las veces de forma irracional,
de una acción destructiva contra el orden constituido”, que puede obtener un
éxito inmediato. Por otro lado, el golpe de estado busca sustituir a las
autoridades políticas existentes dentro del marco institucional, pero sin
cambiar necesariamente los mecanismos políticos o socioeconómicos. Además, es
efectuado por un grupo que ya es parte de la élite. (Pasquino, 2002: 1412).
En esta
medida, a través del tiempo, los actores que intervienen en el golpe de estado
han cambiado[6],
pues quienes usurpan el poder son titulares de sectores claves del estado, como
el caso de los militares. Pero no sólo se lleva a cabo a través de funcionarios
del mismo estado, sino también usando elementos propios de éste. En palabras de
Carlos Barbé (2002: 724),
esta característica diferencia también al golpe de
estado del levantamiento, entendido como insurrección no organizada, que tiene
muy pocas o ninguna posibilidad de lograr el éxito en el intento de derrocar a
la autoridad política del estado moderno.
Ante una
crisis en el estado, los llamados a tomar el control sobre los nudos
estratégicos son las fuerzas armadas; además, dado el poder que éstas tienen en
los estados modernos, juegan un papel determinante tanto en el golpe de estado
como en el proceso revolucionario.
Entonces, el primer
objetivo de un golpe de estado es conquistar los centros estratégicos del
aparato estatal, para lo cual hay tres opciones donde es fundamental el papel
que jueguen las fuerzas armadas. La primera sería, para decirlo con Carlos
Barbé (2002: 725), que,
aquellas
fuerzas fueran aplastadas (lo cual implicaría un proceso previo de desgaste de
las mismas mediante una lucha de guerrillas o de guerra revolucionaria), o que
se produzca la participación en el golpe de estado de, cuando menos, un sector
decisivo de aquellas mismas fuerzas, que logre imponerse sobre los demás
sectores. La tercera posibilidad, o sea una eventual neutralidad de las fuerzas
armadas frente a los sucesos, implica en realidad un apoyo pasivo al golpe de estado.
Esto demuestra
la importancia y el papel fundamental que tienen las fuerzas armadas en un
golpe de estado y una revolución, pues dependiendo de la posición que adopten
se marcará el curso del proceso y su posible desenlace. Asimismo, se tiene que
un golpe de estado no se hace con el interés de una sola parte, ya que necesita
de la colaboración de otros sectores, por lo que “hoy no existe un golpe de estado
sin la participación activa de por lo menos un grupo militar o la
neutralidad-complicidad de todas las fuerzas armadas.” (Barbé, 2002: 724).
También es
posible encontrar que hay dos tipos de golpes de estado, el reformista y el
palaciego. En el primero se fijan ciertos cambios más o menos relevantes en la
estructura política y socioeconómica, en el que hay poca participación popular
y el resultado es una lucha breve y un nivel bajo de violencia. Y en el
segundo, sólo se sustituyen los líderes políticos, hay nula participación
popular, una lucha breve y una limitada violencia interna. (Pasquino, 2002:
1413).
Aunque una de
las diferencias entre revolución y golpe de estado se centra en que la primera
instaura un nuevo orden y el segundo provoca sólo cambios menores, no significa
que el golpe de estado no produzca modificaciones sustanciales en lo político y
lo socioeconómico. (Barbé, 2002: 725-726). Otra diferencia fundamental es que
la revolución debe ser impuesta desde abajo y no propuesta desde arriba.
Igualmente,
hay que aclarar que a partir de una serie de rebeliones[7]
o de un golpe de estado se puede dar una revolución, pero ésta sólo se
efectiviza cuando se introducen los cambios en lo político, económico o social.
Por otro lado, dice Hannah Arendt (1998: 35-36),
que,
todos
estos fenómenos tienen en común con las revoluciones su realización mediante la
violencia, razón por la cual a menudo han sido identificados con ella. Pero ni
la violencia ni el cambio pueden servir para describir el fenómeno de la
revolución; sólo cuando el cambio se produce en el sentido de un nuevo origen,
cuando la violencia es utilizada para constituir una forma completamente
diferente de gobierno, para dar lugar a la formación de un cuerpo político
nuevo, cuando la liberación de la opresión conduce, al menos, a la constitución
de la libertad, sólo entonces podemos hablar de revolución.
Entre tanto,
se ha podido ver que un elemento común
-aunque bastante discutido- a lo que he dicho es el de la violencia, por
lo que también es pertinente hablar sobre ella.
Según el
profesor de ciencias políticas Mario Stoppino,
por violencia se entiende la intervención física de
un individuo o grupo contra otro individuo o grupo (o también contra sí mismo).
Para que haya violencia es necesario que la intervención física sea voluntaria
(…) [y] tiene por objeto destruir, dañar, coartar (Stoppino, 2002: 1627).
En los
procesos de los que he venido hablando, en los que intervienen al menos dos
partes, la violencia es un recurso con el que cuenta cada uno de ellos. Siguiendo
de nuevo a Mario Stoppino, de un lado tenemos la violencia legítima del estado
que descansa principalmente sobre las fuerzas armadas, la cual es usada para
mantener el orden y hacer frente a situaciones como las anteriormente
mencionadas. Pero también encontramos que no es sólo el uso directo de la
violencia sino el de la amenaza de su uso, las cuales “forman parte del
armamento con que los diversos grupos tratan de determinar el cambio o la
salvaguardia del status quo.” (Stoppino,
2002: 1631).
Por esto, a
pesar de que el objetivo de la violencia es destruir al adversario o
imposibilitarlo para actuar, es más común su uso para doblegar su voluntad.
En palabras
nuevamente de Stoppino (2002: 1632):
Un
movimiento revolucionario, a pesar de que liquida a los viejos gobernantes, no
destruye toda la clase dirigente preexistente; por lo menos los jefes de la
revolución tratan simplemente de imponer su voluntad a una parte de ésta.
También tienen la misma función los actos de violencia a través de los cuales
se manifiesta la rebelión de un grupo dentro de un sistema político y,
correspondientemente, los actos de represión de la policía o el ejército.
Al mismo
tiempo, la violencia es utilizada por grupos rebeldes o revolucionarios para
llamar la atención, publicitarse, hacerse visibles, tanto ellos como sus causas
reivindicatorias o de resentimiento. Pero el objetivo principal es el de ganar
apoyo en los grupos externos. (Stoppino, 2002: 1633).
Por otro lado,
según Gianfranco Pasquino, el uso de la violencia en la revolución es necesario[8]
(en una línea similar se encuentra Miguel Ángel Martínez, quien trata a la
violencia como elemento integral del concepto de revolución) dado que quien
detente el poder no lo entregará voluntariamente y utilizará los elementos
coercitivos con que cuente para sofocarla. Pero la violencia también ha sido el elemento
sobre el cual se ha partido para criticar la revolución. Un ejemplo de ello lo
brinda Reinhart Koselleck, ya que algunos alemanes, unos cuantos años después
de iniciada la Revolución Francesa, basaban sus críticas en este punto y
defendían una revolución que no tuviera que pasar por el derramamiento de
sangre. Koselleck (2002: 91), lo describe de la siguiente manera:
La
simpatía de los alemanes es basada en el concepto de una Revolución pacífica: “Verdaderamente
yo marco una gran diferencia entre Revolución y rebelión”, escribía Mauvillon
aún en 1792. “De la última (etapa) quiera Dios librarnos, pero la primera la
desearía en todos los casos”, pues ésta sucedió “sin violencia, sin
derramamiento de sangre”, en medio de transformaciones constitucionales
pacíficas. “Esta es la gran Revolución alemana que preparan y llevan a cabo
entre nosotros los sabios y los mejores para darle a nuestra nación la
verdadera y única libertad”, aseguraba en 1793 Karl Fischer a Custine: esta
Revolución es más duradera puesto que no está caracterizada por el robo y la
sangre, como en el ámbito de poder francés.
Como he
mostrado, dentro del concepto de revolución es necesaria la claridad sobre
otros conceptos dada la similitud en algunos de los elementos que los componen,
como la movilización social para el caso de la rebelión o revuelta, y la posible utilización de la
violencia que es común a los dos anteriores junto al de golpe de estado (en sus
dos tipos, el reformista y el palaciego). Pero también es necesaria esta
diferenciación, debido a que como se ha visto, los fines y la duración de cada
uno de estos fenómenos son distintos. Así, he indicado las definiciones de
estos conceptos, además del de la violencia y el papel que juega en cada uno de
ellos.
Ahora, pasaré
a ver el tema a través de algunas consideraciones sobre la actualidad.
Actualidad del tema
Como se ha
notado, la revolución es uno de los tantos conceptos que no posee una
definición única. Debido a esto, unas definiciones son más amplias que otras
buscando dar cabida a un mayor número de fenómenos, lo cual varía según el
propósito del autor. Por lo mismo, ha sido utilizado para denominar fenómenos
de distinta naturaleza, pero que sí representan cambios importantes en esas
materias. Como diría Carlos Cossio, “puede haber indefinidos conceptos
empíricos de revolución, todos verdaderos”. (Cracogna (c.f.), 1986: 58).
Una revolución
polariza a la sociedad,
más aún: el fenómeno revolucionario no deja a nadie
indiferente. Hasta puede ser la realidad social más discriminante: si no se es
favorable a la revolución, es porque se opone a ella; si uno no la condena, es
porque se la acepta o se la desea. (Rocher, 1977: 633).
A esto también
se le puede atribuir la existencia de múltiples definiciones del concepto de
revolución.
Pero el punto
de encuentro de las múltiples y variables definiciones es que la revolución es
un cambio y a partir de allí unos le quitan, le ponen o trivializan componentes
al proceso[9].
Porque hay que aclarar que la revolución es un proceso, ya que no se da de la
noche a la mañana; los grupos de inconformes no se reúnen por simple
contingencia o por el azar en un determinado lugar, sino que previamente hay un
malestar, unas condiciones que lo generan y también quienes avivan este
descontento tratando de guiar las diferentes acciones hacia la revolución. Frente
a esta situación, el sociólogo Guy Rocher (1977: 635) dice lo siguiente: “La
revolución, que frecuentemente se produce con una subitaneidad sorprendente y
que aparece primero como un accidente, se revela al análisis como el resultado
final de una larga acción histórica preparatoria.” Y parafraseando al mismo
autor, continua diciendo que por esto mismo, la revolución es un fenómeno difícil
de ser fechado, aunque digno de serlo, ya que su estallido es la suma de
múltiples factores y de allí la
dificultad de lograr un acuerdo sobre el cuándo inicia y cuándo termina. (Rocher,
1977: 635).
Ahora bien,
querer o al menos pretender que en la época contemporánea se dé una revolución
en el estilo y los términos de las revoluciones precursoras o de las que se han
convertido en hitos sobre el tema sería un anacronismo. De igual manera
ocurriría si leemos los hechos más cercanos en el tiempo bajo los preceptos y
condiciones que dieron origen al concepto. Esto sería casi como pretender que
el modelo de democracia de Pericles fuera aplicable a uno de los estados de la
actualidad o leer las democracias modernas bajo este modelo. Siguiendo a Guy
Rocher (1977: 648),
puede
afirmarse que no existe hoy ninguna revolución enteramente inédita, porque no
hay solución de continuidad de una revolución a otra. Las revoluciones recurren
a una misma tradición universal y se refieren a los mismos grandes modelos. Se
trata, sin embargo, de una tradición evolutiva, tradición que se enriquece y
diversifica por la aportación de nuevas experiencias y nuevos escritos. No es
una tradición fija y estable. Al contrario, por su misma naturaleza, parece no
poder ser nunca definitiva. Evoluciona a partir de un fondo común,
desarrollando y elaborando algunos temas fundamentales.
De estas
palabras de mediados de la segunda mitad del siglo XX comprobamos dicha
evolución con hechos ocurridos en lo que va corrido del siglo XXI,-como las
denominadas, revolución bolivariana de Hugo Chávez en Venezuela, la revolución
de Islandia o la Primavera Árabe, por ejemplo-. Estos fenómenos también sirven
para mostrar lo flexible y acomodaticio que puede ser el concepto de revolución
en cuanto a los caminos, formas y fines que se pretenden en la sociedad. Es
decir, bajo el rótulo de revolución se denominan las pretensiones de una
persona o un grupo, o las actuaciones de un conglomerado de personas. Caben
cambios políticos de tinte socialista o democrático, que pueden empezar a
realizarse desde el triunfo en una contienda electoral o un enfrentamiento
contra las autoridades (legítimas o ilegítimas) con un uso directo o simbólico
de la violencia. Pero tras todo esto seguimos encontrando factores comunes como
el inconformismo y movilización de un sector de la sociedad y la pretensión de
introducir cambios al sistema existente. Por ejemplo, en el caso de Venezuela,
los cambios se empiezan a introducir luego de un triunfo en las urnas, es
decir, pacífico y legítimo, modificando el sistema político, jurídico y social;
la denominada revolución en Islandia provoca la dimisión del gobierno de la
isla luego del malestar de un considerable sector de la sociedad, a causa de
los manejos sobre su política económica, que sale a las calles a manifestarse;
y en la llamada Primavera Árabe, las manifestaciones (muchas de ellas
violentas) de las poblaciones en contra de sus gobiernos provocaron la reacción
(también violenta) de estos para mantenerse en el poder, aunque con diferentes
resultados en cada país (modificaciones al sistema, nuevos gobiernos, luchas
intestinas). En este último caso, si se evidencia la utilización de la
violencia y el papel que ejercen las fuerzas armadas en estos procesos. Pero
cabe aclarar que cada caso es diferente y tiene una historia tras de sí que
desembocó en estos hechos, pues como he reiterado en varias ocasiones, esto es
un proceso. En cuanto si son o no revoluciones, más arriba se señaló la dificultad
de fechar las revoluciones, debido a lo difícil que es llegar a un acuerdo
sobre las coyunturas que desencadenan el proceso y sobre cuándo termina, por lo
que es necesario esperar para determinar si son o no revoluciones y que tipo
serían (triunfante o fallida).Por otro lado, el término revolución ha llegado
incluso a formar parte del discurso de candidatos y gobernantes de turno. Por
ejemplo en Colombia, la izquierda armada sigue promulgando la necesidad de una
revolución total, mientras el discurso oficialista habla de revolución
tecnológica y revolución educativa. En otras palabras, se convirtió en un
término usado en todo el espectro político; unos hablan en pro y otros en
contra de la revolución, pero lo que aquí interesa es que el tema está ahí.
En esta
medida, para el análisis del concepto de revolución en la actualidad es
necesario matizarlo, pero sin perder de vista su origen y la idea que reviste
para no tergiversarlo o banalizarlo aplicándolo a cualquier hecho.
Especialmente, esto debe hacerse con el componente de violencia que encierran
la gran mayoría de definiciones del término y que han evidenciado las grandes
revoluciones de la historia, pues dada la sofisticación de los medios
coercitivos por parte de los estados actuales y la aversión que el uso de la
violencia genera en la sociedad y en muchos de quienes toman parte en las
acciones, este elemento se debe reconsiderar.
Pero, algo es
seguro, en una realidad tan dinámica, los cambios se seguirán presentando y se
seguirá hablando sobre la revolución, cuya significancia sólo el tiempo la
dará.
Conclusiones
Este trabajo,
más que pretender dar respuestas, busca generar preguntas sobre el concepto de
revolución: cómo ha sido tratado (desde dónde se ha partido para analizarlo,
bajo qué modelos); qué se puede decir de quienes han escrito sobre el tema, sus
ligerezas, sesgos, etc. un caso para analizar con profundidad puede ser el de
la misma Hannah Arendt, quien privilegia a la Revolución Americana sobre la
Revolución Francesa, además de la búsqueda de la “libertad pública” como fin
último de toda revolución. En términos analíticos ¿deben cumplirse
necesariamente todos los elementos que componen el concepto de “revolución”
para reconocer un proceso “revolucionario” como tal? Siendo más específico, cabe preguntarse si toda
revolución debe ser violenta. ¿Es útil
este concepto para analizar la realidad actual o acaso debe redefinirse para
dar una explicación satisfactoria de los hechos actuales.
Por otro lado,
de manera general podemos decir que el concepto de revolución ha cambiado a lo
largo de la historia, quedando en ella ciertos hitos (Revolución Americana,
Revolución Francesa) a los que es imposible no referirse al tratar el tema.
Pero también queda claro que hay componentes (los fines, la duración de las
acciones, el nivel de violencia) que diferencian a la revolución de conceptos como
los de rebelión y golpe de estado, y otros que se mantienen, como los del
inconformismo y la pretensión de cambio, en donde es latente la posibilidad de
brotes de violencia. Sin embargo, el mayor problema que presenta el concepto de
revolución es la dificultad para su definición debido al desgaste que con el
uso ha sufrido, lo que hace, prácticamente, que para caso se utilice, o mejor,
se acomode un concepto que permita explicar el fenómeno. En esta medida, la
mayor trasformación que ha sufrido el concepto de revolución es el de la
fragmentación, es decir, la utilización del concepto para definir todo tipo de
hechos que se centran, en la mayoría de los casos, sólo en un aspecto. Esto
hace que en la actualidad difícilmente pueda hablarse de una revolución capaz
de subvertir todos los ámbitos de la sociedad.
REFERENCIAS
Arendt, H. (1988).
Sobre la revolución. España: Alianza
Editorial.
Ballesteros
Villar, F. (1975). Contribución al estudio del concepto de revolución. Versión
en línea: http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=1705000 Fecha de consulta: Mayo 10 de 2012.
Barbé, C. (2002).
Golpe de estado. En: N. Bobbio, N. Matteucci y G. Pasquino (Eds.), Diccionario de política. Tomo 1. México:
Siglo XXI Editores. Pp. 723-726
Bravo, G. M. (2002).
Anarquismo. En: N. Bobbio, N. Matteucci y G. Pasquino (Eds.), Diccionario de política. Tomo 1. México:
Siglo XXI Editores. Pp. 29-36
Cracogna, D. (1986).
Acerca del concepto jurídico de revolución. Estudios
de Derecho, 45 (109-110), 55-72.
De Andrés, J.
y Ruiz Ramas, R. (s.f.). El concepto de revolución de Charles Tilly y las
“revoluciones de colores”. Versión en línea: http://www.uned.es/gesp/2008_2009/charles_tilly/documentos/sesion_3/Jesus_de_Andres_y_Ruben_Ruiz.pdf
Fecha de consulta:
Julio 18 de 2012.
Galindo Lara,
C. (septiembre-diciembre, 2005). El concepto de revolución en el pensamiento
político de Hannah Arendt. Revista
mexicana de ciencias políticas y sociales, 47 (195), 31-62.
Giraldo Velásquez,
G. (1990). Hannah Arendt o la pasión por la libertad. Estudios de Derecho, 48 (115-116), 31-39.
Koselleck, R. (2002). Contribución al concepto de “Revolución”: La
Revolución Francesa y su recepción en Alemania. Utopía Siglo XXI, 2 (8), 89-99.
Martínez Meucci, M. A. (2007). La violencia como
elemento integral del concepto de revolución. Revista Politeia, 30 (39), 187-222.
Pasquino, G. (2002).
Revolución. En: N. Bobbio, N. Matteucci y G. Pasquino (Eds.), Diccionario de política. Tomo 2. México:
Siglo XXI Editores. Pp. 1412-1423
Ricciardi, M. (2009). ¿Ha terminado la revolución?
Historia del concepto y valoración política. En: Espiral Vol. XV. N° 44 enero-abril. Pp. 9-29.
Fecha de consulta: junio 10 de 2012.
Rocher, G. (1977).
El proceso revolucionario. En: G. Rocher. Introducción
a la sociología general. España: Universidad Católica de la Salle. Pp.
636-657
Sisro, D. (s.f.). Sobre Hannah Arendt y la revolución. En: Revista
Godot N° 20. Versión en línea: http://www.revistagodot.com.ar/num20/20_sisro.html
Acceso el 18 de julio de 2012.
Sorokin, P. (1962). Fluctuación de los cambios ordenados y desordenados
de los grupos. En: P. Sorokin. Sociedad,
cultura y personalidad. Madrid: Aguilar. Pp. 764-786
Stoppino, M. (2002).
Violencia. En: N. Bobbio, N. Matteucci y G. Pasquino (Eds.), Diccionario de política. Tomo 2. México:
Siglo XXI Editores. Pp. 1627-1634
[1] Este artículo es producto de una serie de trabajos realizados en la
asignatura Seminario de Investigación en el primer semestre de 2012 a cargo de
la profesora Paola Andrea Posada polap2002@yahoo.com.
[2] “Revolución viene del latín revolutus,
participio pasivo de revolvere “rodar hacia atrás”.
¿Casualmente? revólver viene de la misma palabra: revolvere
(por eso tiene cilindros giratorios).” (Sisro, (s.f.), párr. 22).
[3] Incluso la primera
revolución moderna fue interpretada como una restauración, en Inglaterra en 1660 y 1688 con ocasión de
las restauraciones monárquicas. (Giraldo Velásquez, 1990:
35)
[4] “Los hombres de las primeras revoluciones no fueron partidarios de los
nuevo. Si se piensa en una perspectiva sicológica, la tarea de fundar y la
convicción de que está a punto de abrirse a un nuevo capítulo de la historia
conduce al conservadurismo más que a la revolución.” (Giraldo Velásquez, 1990:
35).
[5] Aunque para Sorokin (1962) no existiría esta ambigüedad del término,
pues dice que si un cambio revolucionario está dirigido en contra del régimen
político, entonces se convierte en una revolución política; si es contra el
sistema económico, entonces sería una revolución económica; si es contra los
valores religiosos, sería una revolución religiosa (como ejemplo de ésta última
ubica a las luchas violentas de la Reforma y la Contrarreforma); y con esa
misma lógica para otros casos. Pero, también reconoce revoluciones totales en
las que el cambio revolucionario intenta transformar el ordenamiento jurídico,
los valores e instituciones políticos, económicos, religiosos, éticos,
domésticos. Un ejemplo de una revolución total según este autor es la
revolución rusa.
[6] Carlos Barbé (2002) también dice que debido a estos cambios debemos
preguntarnos sobre ¿quién lo hace? y ¿cómo lo hace?, ya que el único elemento
que se ha mantenido inmutable es el de que se hace por órganos del mismo
Estado.
[7] Desde el anarquismo, la rebelión podría originar la revolución
verdadera: “pero la mayoría de las veces tiene sólo un fin destructivo
inmediato y su presentación coincide con su misma desaparición, en cuanto
tienden a eliminarse al mismo tiempo a sí mismas y al opositor autoritario
contra quien se levantan.” (Bravo, 2002: 34).
[8] Sobre el elemento de violencia en el concepto de revolución, véase,
Martínez Meucci, M. A. (2007). La violencia como elemento integral del concepto
de revolución. Revista Politeia, Volumen
30 (39), pp. 187-222.
[9] Ejemplo de esto puede ser la definición de revolución que da Charles
Tilly, quien no habla de violencia sino de fuerza, entendiendo por revolución:
“una transferencia por la fuerza del poder del Estado, proceso en el cual al
menos dos bloques diferentes tienen aspiraciones, incompatibles entre sí, a
controlar el Estado, y en el que una fracción importante de la población
sometida a la jurisdicción del Estado apoya las aspiraciones de cada uno de los
bloques” (De Andrés, J. y Ruiz Ramas, R. (s.f)). Y años más tarde da la
siguiente: “todo cambio brusco y trascendente de los gobernantes de un país” (De
Andrés, J. y Ruiz Ramas, R. (s.f)). Lo anterior, muestra una definición
bastante amplia y con un marcado acento político, en la cual podrían caber
golpes de Estado, guerras civiles y revueltas, tornando aun más ambiguo el
concepto de revolución.
No hay comentarios:
Publicar un comentario